lunes, 11 de julio de 2011

Ecología, Política, Teología y Mística. Leonardo Boff


El término ecología fue acuñado en 1869 por el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919). Es un compuesto de dos palabras griegas: oikos que significa casa y logos que quiere decir reflexión o estudio. De esta forma, ecología designa el estudio de las condiciones y relaciones que forman el hábitat (casa) del conjunto y de cada uno de los seres de la naturaleza. En la definición de Haeckel: “ecología es el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su medio ambiente (seres inorgánicos) “.

1. Ecología: la ciencia y el arte de las relaciones

En la actualidad, el concepto se extiende más allá de los seres vivos. Ecología representa la relación, la interacción y el “diálogo” que todos los seres (vivos o no) guardan entre sí y con todo lo que existe. La naturaleza (el conjunto de todos los seres), desde las partículas elementales y las energías primordiales hasta las formas más complejas de vida, es dinámica, constituye un intrincado tejido de conexiones en todas las direcciones. Es más, la ecología no se limita tan solo a la Naturaleza (ecología natural), sino que también abarca la cultura y la sociedad (ecología humana, social, etc.). De allí surgen subdeterminaciones de la ecología, como ecología de las ciudades, de la salud, de la mente, etc, De momento nos interesa comprender que, la ecología, enfatiza el enlace existente entre todos los seres naturales y culturales, es decir, subraya la red de interdependencias vigentes de todo con todo, que constituye la totalidad ecológica. No se trata de una estandarización u homogeneización inmutable, tampoco es la suma de muchas partes o detalles; sino que forma una unidad dinámica hecha de riquísima diversidad.

De esta forma, la tesis básica de una visión ecológica de la naturaleza nos dice : todo se relaciona con todo y en todos los puntos. La babosa del camino tiene que ver con la galaxia más distante, la flor con la gran explosión ocurrida hace billones de años; la descarga de dióxido de carbono de un antiguo colectivo con nuestra Vía Láctea; mi conciencia con las partículas elementales subatómicas.

A nivel humano, la ecología exige una actitud básica: la de relacionar todo por todos sus lados; de esta forma se superan los saberes estancos y se evitan los “científicos idiotas” que sólo saben acerca de su campo específico (el médico sólo de medicina, el economista sólo de economía y el sacerdote sólo de religión). Es importante desarrollar una comprensión interdisciplinar, y una actitud de relacionar todo hacía atrás: ver las cosas desde su genealogía, pues hasta llegar a su forma actual, han conocido una larga historia de billones de años. Con ello evitamos las visiones ingenuas, fijistas y fundamentalistas. Del mismo modo, es necesaria una visión hacia adelante: todas las cosas tienen un pasado, pero también un futuro y un derecho al futuro. Es importante evitar el inmediatismo y la fijación en nuestra generación, desarrollando una solidaridad para con las generaciones que aún no nacieron (solidaridad generacional), para que también ellas puedan convivir con una naturaleza saludable. Finalmente, la ecología exige una visión de totalidad, que no resulta de sumar las partes, sino de la interdependencia orgánica de todo con todo. Con ella superamos el pensamiento dominante, excesivamente analítico y poco sintético, escasamente articulado con otras formas de experimentar y de conocer la realidad.

Esta actitud ecológica básica, se llama holismo o visión holística. Holismo (del griego holos que significa totalidad, término divulgado por el filósofo sudafricano Jan Smutts a partir de 1926) representa el esfuerzo de sorprender el todo en las .partes y las partes en el todo. De esta forma nos encontramos siempre con una síntesis que ordena, organiza, regula y finaliza las partes en un todo y cada todo con otro todo aún mayor. La ecología holística, como veremos, constituye una práctica y una teoría que relaciona e incluye todos los seres entre sí y con el medio ambiente en una perspectiva de lo infinitamente pequeño de las partículas elementales (quars), de lo infinitamente grande de los espacios cósmicos, de lo infinitamente complejo del sistema de la vida, de lo infinitamente profundo del corazón humano, y de lo infinitamente misterioso del ilimitado océano de energía primordial del cual todo dimana (vacío cuántico, imagen de Dios).

Para una visión ecológica, todo lo que existe, co-existe. Todo lo que co-existe, pre-existe. Y todo lo que coexiste y pre-existe, subsiste a través de una infinita trama de relaciones inclusivas. Todo se encuentra en relación; fuera de la relación nada existe. Al reafirmar la interdependencia de todos los seres, la ecología funcionaliza toda jerarquía y niega el “derecho” de los más fuertes. Todos los seres cuentan y poseen su relativa autonomía; nada es superfluo o marginal. Cada ser compone un eslabón de la inmensa corriente cósmica que, en la perspectiva de la fe, sale de Dios y a Dios retorna.

En otras palabras, podríamos definir la ecología como la ciencia y el arte de las relaciones y de los seres relacionados. La casa-hábitat-oikos, está hecha, en realidad, de seres vivos, materia, energía, cuerpos y fuerzas en permanente relación. En esta perspectiva podemos adelantar que la ecología posee un contenido eminentemente teológico. En consonancia con el modo cristiano de nombrar a Dios, profesamos que él es Trinidad, la eterna relación de los divinos Tres, la comunión infinita del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este juego divino de relaciones, se deriva el universo entero, hecho a imagen y semejanza de la Trinidad. El cosmos se presenta interrelacionado como es, porque resulta de la interrelación trinitaria.

Para Haeckel, hace un siglo, la ecología constituía una rama de la biología. Por tanto representaba apenas un interés científico regional. Para nosotros hoy, representa un interés global, una cuestión de vida o muerte de la humanidad y de todo el sistema planetario. Es la cuestión de las cuestiones, es decir, aquella que relativiza todas las otras cuestiones, fundando la nueva radicalidad y la real centralidad de las preocupaciones humanas.

Todos los seres de la tierra se encuentran amenazados, comenzando por los pobres y marginados; y esta vez no habrá un arca de Noé que salve a unos y deje perder a otros. 0 nos salvamos todos, o todos corremos el riesgo de perdernos. A causa de esta importancia, todas las prácticas humanas y todos los saberes deben ser redimensíonados a partir de la ecología, y deben dar su contribución específica en salvaguardia de lo creado. Para cumplir esta diligencia no basta colocar la partícula eco delante de cada ciencia: eco-economía, eco-sociología, eco-política, eco-medicina, eco-psicología, eco-teología, etc., y seguir funcionando como antes. Es importante hacer una severa autocrítica: en qué medida tal y tal saber constituyen un factor de desequilibrio ecológico, y tal y tal política implican degradación del medio ambiente; o tal modelo de desarrollo constituye un instrumento de pillaje de la naturaleza. Yendo más al fondo, en qué medida los propios saberes deben ser elaborados desde una perspectiva ecológica, de forma tal que representen un poderoso factor de protección, respeto y promoción de la naturaleza. Esta es la reconversión que hoy se nos impone a todos.

2. Una respuesta necesaria a objeciones comunes

A partir de estas consideraciones iniciales, ya podemos responder a algunas objeciones que comúnmente se hacen a la preocupación ecológica. “La ecología es un lujo de los ricos, es cosa del hemisferio norte, Después de haber depredado la naturaleza en sus países y saqueado a los pueblos colonizados en el mundo entero, para lograr el propio desarrollo, quieren para sí, un medio ambiente saludable y reservas ecológicas para preservar especies en vías de extinción”.

Es verdad. Los países industrializados, casi todos situados en el hemisferio norte, son responsables del 80 % de la polución de la tierra (el 23 % corresponde a los EE.UU.). Pero hoy, el problema ya no es regional sino global. La conciencia ecológica nació entre los ricos, pues percibieron los males del tipo de sociedad y desarrollo que ellos mismos proyectaron. Pero no por eso la cuestión deja de ser verdadera. Las soluciones que han propuesto (conservacionismo, ambientalismo) son, ciertamente, miopes y no cuestionan el modelo de sociedad ni el paradigma de desarrollo y consumo (ecología social – ecología profunda, ecología holística), príncípales causantes de la crisis ecológica mundial, especialmente de las enfermedades y de la muerte prematura de los pobres. Como señalaba Josué de Castro: “La pobreza es nuestro mayor problema ambiental”. Debemos asumir la cuestión planteada en la conciencia de los ricos, dando otra versión y otra solución en bien de todos los humanos y de la naturaleza, a partir de los más amenazados, entre los humanos y entre los seres de la creación.

La equivocación de los ricos es tradicional: pensaron en sí mismos, dejando de lado la perspectiva holística que engloba a todo y a todos. Ellos apenas son ambientalistas : cuanto menos gente hubiere en el ambiente, tanto mejor, pues los humanos poluyen y destruyen. 0 bien son conservacionistas: quieren reservas para conservar las especies vegetales y animales que están amenazadas. Dentro de las reservas vale el comportamiento ecológico, fuera de ellas continúan el salvajismo y la rapiña del hombre moderno. Como vemos, se trata de una visión colectivamente egoísta e interesada que no merece el nombre de ecológica, porque no es inclusiva, especialmente, del ser más complejo y también más responsable de la creación, el ser humano.

“La ecología es cosa de los grupos ecológicos, un discurso de especialistas en botánica, bosques tropicales, oceanografía, biología, genética, etc., gente que no tiene en cuenta las enfermedades sociales”.
En efecto, la cuestión ecológica es demasiado global como para entregarla, tan solo, a grupos especializados. Ellos tienen méritos innegables; pero no basta desarrollar una veneración por la naturaleza, si no es articulada con la agresión a los seres importantes de la misma, que son los humanos marginados y empobrecidos. La situación de injusticia social, acarrea una situación de injusticia ecológica, y viceversa. También aquí se pierde la visión originaria de una ecología que no tiene que ver solo con animales, plantas y pureza de la atmósfera; sino que incluye las relaciones solidarias y globales del ser humano y de la naturaleza. La verdadera concepción ecológica siempre es holística, y supone una alianza de solidaridad para con la naturaleza.

“La ecología es cosa de los verdes, con sus partidos verdes, muchas veces románticos y ajenos a la lucha de clases y al proyecto revolucionario de los oprimidos”.

Los verdes tuvieron el mérito de llevar al campo político el tema de la degradación ambiental, de las causas de la mala calidad de vida del mundo industrial y urbano. Se constituyeron en partido para reforzar esa causa, ausente en otros partidos; que interesa a todos e introduce una crítica ecológica a la economía, la política y el tipo de sociedad que se fundamenta en la utilización irrestricta de los “recursos naturales”. En la medida en que la conciencia ecológica crezca y sea asimilada culturalmente, el partido verde podrá desaparecer. Mientras tanto, sería erróneo pensar que la ecología invalida otros antagonismos sociales. Sería desastroso que, en nombre de la ecología, se negara la lucha obrera o la validez de la huelga. La preocupación ecológica hace que la lucha obrera no sea solamente por salarios (intereses corporativos), sino también por otro tipo de sociedad y por un nuevo modelo de desarrollo que junto al bienestar social incluya el bienestar de la naturaleza (bienestar colectivo)

La cuestión ecológica nos remite a un nuevo escalón de la conciencia mundial: la importancia de la tierra como un todo, el destino común de la naturaleza y del ser humano, la interdependencia que reina entre todos, el riesgo apocalíptico que pesa sobre la creación. Los seres humanos pueden ser homicidas y genocidas, la historia lo ha demostrado. También pueden ser biocidas, ecocidas y geocidas. Nuestra casa común tiene una rajadura de arriba a abajo. Se puede derrumbar. ¿Qué remedio le aplico? ¿Tapo las grietas con cal y disfrazo las marcas con pintura? ¿Y si la causa fueran los cimientos rotos? ¿No habrá que empezar el trabajo por allí, para salvar la casa y todo lo que hay dentro?. En esta dirección queremos reflexionar.

3. El ser humano ¿Satán de la tierra?

De los muchos informes sobre los desafíos ambientales a escala planetaria, se destaca el del Worldwatch Institute de los Estados Unidos. A partir de 1984 publica anualmente un minucioso trabajo: “Estado del mundo: informe del Woridwatch Institute sobre el progreso para una sociedad aceptable”.

Las estimaciones son espantosas. Entre 1500 y 1850, fue eliminada una especie cada diez años. Entre 1850 y 1950, una especie por año. En 1990 desaparecieron diez especies por día. Alrededor del año 2000, desaparecerá una especie por hora. El proceso de muerte se acelera cada vez más. Entre 1975 y el 2000, habrá desaparecido el 20 % de todas las especies de vida.

A partir de 1950 se perdió la quinta parte de la superficie cultivable y de los bosques tropicales. Cada año se pierden 25 millones de toneladas de humus, a causa de la erosión, salinización y desertificación; lo que equivale a un área correspondiente a los países del Caribe (menos Cuba). Los bosques del mundo se están acabando a un ritmo de 20 millones de hectáreas por año. Según estimaciones del IBGE (1988), ya se ha desmontado el 5% de la selva amazónica. Otros hablan de un 12%. Nada más desalentador que hablar de porcentajes. 1 % de la Amazonia representa 40.000 KM2 o sea, 4 millones de hectáreas. Hasta 1970 se habían desmontado 5 millones de hectáreas. De 1970 a 1988, es decir en 18 años, la cifra fue de 20 millones. El área alcanzada corresponde a toda la plantación de soja, maíz y trigo del Brasil.

América Latina representa el 12% de la superficie de la tierra. En ella se encuentran los 2/3 de todas las especies vegetales del planeta, y entre 5 y 1 0 millones de especies de insectos. Por causa del desmonte, hasta el año 2000 desaparecerán entre 30 y 50.000 especies. Y la mayoría de los brasileros se encuentra hoy en condiciones peores que antes de comenzar el desmonte, con la desventaja de haber perdido los bosques. Los principales problemas globales relativos al medio ambiente son: lluvia ácida, calentamiento de la atmósfera, destrucción de la capa de ozono, desmonte/ desertificación, y superpoblación.

La Lluvia ácida resulta del desenfrenado proceso de industrialización. La emisión de dióxido de azufre en combinación con óxidos de nitrógeno y con el agua de lluvia, se transforma en partículas ácidas, que se depositan sobre la vegetación, en ríos y lagos, contaminando los alimentos y provocando enfermedades respiratorias en los seres vivos. 650 millones de personas están expuestas diariamente a niveles insalubres de dióxido de azufre. En Noruega, 13.000 KM2 de aguas quedaron sin peces. En Suecia, 14.000 lagos perdieron su vida acuática. El 35% de los bosques europeos está seriamente afectado por la lluvia ácida. El efecto estufa resulta de la quema de combustibles fósiles (petróleo y carbón) que despiden dióxido de carbono y otros gases. Estos, asociados al desmonte (por la fotosíntesis de los vegetales se absorbe el dióxido de carbono), producen una especie de estufa que origina el calentamiento de la atmósfera. El último siglo, la temperatura aumentó 0,6 grados. Durante los próximos cien años se espera un aumento de 1,5 a 5,5 grados Celsius; esto provocaría desastres descomunales debido a las sequías y el deshielo de la capa polar. Basta que el océano crezca un metro para inundar el 1 O% de Bangladesh, destruyendo 8 millones de habitantes. Muchos animales y plantas no tendrían cómo adaptarse y morirían.

La capa de ozono, estrato atmosférico ubicado de 30 a 50 Km. de la superficie de la tierra, protege la vida de las radiaciones uitravioletas que provocan cáncer de piel y debilitan el sistema inmunológico. La emisión de compuestos químico-industriales, (ciorofiuocarbonos, o CFC), solventes de limpieza a seco, aerosoles y otros insecticidas, provocan el agujero de ozono. Se calcula que por cada punto porcentual de disminución de ozono, sólo en los EE.UU., se producen 10.000 nuevos casos de cáncer de piel. Los mayores contaminadores del planeta, en orden del 80%, son los países ricos e industrializados. Sólo en 1985, los EE.UU lanzaron a la atmósfera un billón de toneladas de dióxido de carbono; la antigua Unión Soviética arrojó 985 millones. Aquí se produce una paradoja y una hipocresía: los países del hemisferio norte, principales responsables de la crisis ecológica mundial que nos afecta a todos, se niegan a asumir el principal compromiso por corregir el curso de este proceso de desarrollo; sin embargo, imponen al hemisferio sur, normas sobre cómo tratar la naturaleza. Esto se vio claramente en la 1ª Conferencia Internacional sobre Ecología y Desarrollo, realizada con el auspicio de la ONU en junio de 1992 en Río de Janeiro. Pero quien más lastimó la tierra, debe preocuparse más por curarle las heridas. La población mundial crece en una forma que asusta. En 1950 éramos 2,5 billones. En 1975 alcanzamos los 4 billones. En 1989 llegamos a 7,5 billones. En el año 2000 seremos 6,4 billones. La humanidad necesitó 10.000 generaciones para llegar a los dos billones de habitantes, y sólo una generación para pasar a 5,5 billones. De seguir este ritmo, en la próxima generación seremos 11 billones. El ecosistema tierra ¿será capaz de absorber a tantos?. En este debate se confrontan dos visiones: ¿Cuál es la mayor amenaza, la superpoblación o el patrón de consumo y desperdicio de los ricos?.

Demógrafos y economistas demuestran que el crecimiento poblacional de un país pobre puede tener menos impacto sobre los recursos naturales que la elevación de los actuales patrones de consumo de los ricos. Jyoti Parikh, de la India, argumenta que, si su país doblase la población hasta el año 2020, manteniendo bajos los patrones de consumo y la renta per cápita, doblaría sus emisiones de carbono. Pero si mantuviese la misma población y apenas doblase su pequeña renta per cápita y su consumo, en el mismo tiempo, la emisión de carbono aumentaría 2,2 veces. Sucede que la población de los países ricos consume en autos, electrodomésticos, productos químicos, un promedio de veinte veces más que la población de los países pobres. De esta forma, al tratar el tema poblacional, tenemos, tres temas conexos: el acelerado crecimiento poblacional en algunos países, el superconsumo y desperdicio de los países ricos junto a la concentración de la renta y los recursos en unas pocas manos, y el costo de la miseria de las mayorías, sin una distribución internacional equitativa y solidaria.

Por estos datos, descubrimos las dimensiones de la crisis global de nuestro sistema planetario. La Gaia (nombre que los griegos daban a la tierra, entendida como un inmenso ser vivo) está enferma y herida. El ser humano, especialmente a partir de la revolución industrial, se reveló como un ángel exterminador, un verdadero satán de la tierra. Pero puede convertirse en un ángel de la guarda, puede ayudar a salvarla, pues es su patria, la madre terrenal.

Los viajes de los astronautas por el espacio transmitieron la imagen de la tierra, vista desde afuera, como nave que forma una totalidad orgánica azulada, cargando un destino común. Pero ocurre que en esta nave-tierra, l/5 de la población viaja en primera clase o en clase económica. Ellos disfrutan de los principales beneficios: solos, consumen el 80% de las reservas disponibles para el viaje. El restante 80% de los pasajeros viaja en el compartimiento de carga. Pasan frío, hambre y toda clase de necesidades. Muchos se preguntan por qué deben viajar en la bodega de la nave; otros, movidos por las carencias, planifican rebeliones. El argumento no es difícil: o nos salvamos todos dentro de un sistema de convivencia solidario y participativo en la nave-tierra, imponiendo transformaciones fundamentales, o por la indignación y los levantamientos hacemos explotar la nave, precipitándonos todos al abismo. Esta es la conciencia que crece, más y más, a nivel mundial. Existe un peligro global. Se impone una salvación global. Para hacerla posible, son necesarias una revolución global y una liberación integral. La ecología quiere ser la respuesta a esta cuestión global de vida o muerte. ¿Cómo practicar una ecología que preserve la creación natural y cultural en la justicia, la solidaridad y la paz?.

4. Caminos y prácticas de la ecología

La urgencia del desastre ecológico a nivel planetario, moviliza cada vez más a las sociedades mundiales. Lentamente surge una cultura ecológica con comportamientos y prácticas incorporadas en su visión del mundo y que tienen, como efecto, mayor suavidad y benevolencia en la relación con la naturaleza. Con ella formamos un todo orgánico; no sólo está fuera, sino también dentro de nosotros. Nos pertenecemos mutuamente. Cualquier agresión a la tierra, significa una agresión a sus hijos e hijas. La madre-tierra, la grande y buena Pachamama de las culturas andinas sufre en su descendencia y se alegra con la revolución cordial y benevolente que está ocurriendo por todas partes. Veamos algunos caminos de concreción de esta preocupación ecológica.

a. El camino de la técnica: eco-tecnología

Partimos del modelo actual de sociedad y del tipo de desarrollo imperante. Todas las sociedades mundiales modernas, se estructuran en torno del eje de la economía. Mientras tanto, la economía en su acepción moderna, perdió el sentido originario: la gestión de la escasez de bienes necesarios a la vida y dignos para el bienestar. Administrar racionalmente la escasez de salario, es lo que sabe hacer la mayoría de las amas de casa brasileras; ellas hacen economía en el verdadero sentido de la palabra. No así los “economistas institucionales”, quienes están al servicio de otra comprensión de la economía. Para la modernidad, sea socialista, sea liberal-burguesa, la economía es la ciencia del .crecimiento ilimitado -dicho de otra forma- de la ilimitada expansión de las fuerza productivas. Cada fin de año, el país debe mostrar que creció más que el año anterior. De este imperativo nació el mito del desarrollo ilimitado que, como una pesadilla, domina todas las sociedades por lo menos desde hace 500 años.

Al minimizar la inversión y maximizar los beneficios, el desarrollo será mayor. Existe un presupuesto común: nos movemos dentro de dos universos concretos; el de los “recursos naturales” y el del progreso abierto al futuro. A partir del informe del Club de Roma (1 972) titulado “Los límites del crecimiento”, y de todos los documentos posteriores (especialmente los anuales “El estado de la tierra”), se hace una fría constatación : lo dos universos son ilusorios. Los “recursos naturales” son limitados y no renovables, y el actual tipo de progreso no puede aplicarse universalmente, pues destruiría la tierra y paralizaría varias naciones. Si la China pretendiese dar a sus familias, los autos que tienen las familias norteamericanas (al menos dos por familia), simplemente quedarían parada, ya sea por exceso de autos en las rutas, ya sea por escasez de petróleo. En cuanto al modelo de crecimiento ilimitado, está habitado por un demonio: él se construyó sobre la explotación de las clases trabajadoras, el subdesarrollo de las naciones dependientes y la depredación de la naturaleza. El resultado final es éste: el desarrollo económico no produce, al mismo tiempo desarrollo social. Por el contrario, se hace a costa del mismo. El bienestar apenas alcanza a una elite de naciones, o a las élites de una nación, y no implica el bienestar de la naturaleza.

¿Qué pretende una eco-tecnología o la ecología por el camino de la técnica?. Ella mantiene inalterable el modelo de sociedad y su correspondiente paradigma de desarrollo, pero proyecta técnicas y procedimientos que apuntan a preservar el medio ambiente y reducir los efectos indeseables de dichos modelos. De esta forma aparecieron instrumentos técnicos que filtran gases venenosos, disminuyen los ruidos y descontaminan ríos y lagos. Es un camino que debe profundizarse pues, la misma técnica que hace sangrar la naturaleza, también puede curarla. De momento, sólo ataca las consecuencias , pero sin descender a las causas. Es como limarle los dientes al lobo, y dejarle la ferocidad. En otras palabras, de poco vale crear remedios si no atacamos las causas de la enfermedad. Falta un cuestionamiento básico del tipo de sociedad que queremos, para decidir un tipo de desarrollo ecológicamente aceptable.

b. El camino de la política: eco-política

La política tiene que ver con el poder y la gestión del bien común. Los seres humanos tienen necesidades, intereses y deseos. El poder determina el acceso a los bienes necesarios, la preocupación por los intereses de clase y la satisfacción de los deseos que se encuentran en constante redefinición. La estructura del deseo es infinita, pero encuentra su límite por la solidaridad. Ella nos lleva a la renuncia en bien de otro, que también tiene derecho a vivir y disfrutar de la naturaleza. Vivimos y sufrimos en el marco de una sociedad de clases que produce desigualdades y distribución asimétrica de los medios de poder y de vida. La clase dominante no pone límites a sus deseos e impide que otros satisfagan sus necesidades. Tanto la pobreza como la riqueza producen desequilibrios ecológicos. Por necesidad, los pobres depredan a corto plazo lo que, a largo plazo, podría significar su subsistencia (desmontan, arrojan desechos a las aguas, cazan y pescan sin atender al equilibrio, etc.). Por su parte, los ricos despilfarran recursos que faltarán a los pobres de hoy y a las generaciones de mañana. Bien decía Mahatma Ghandi: “la tierra satisface las necesidades de todos, pero no la voracidad de los consumistas”. En la actual situación, quienes detentan el poder conducen la política para garantizar sus intereses y satisfacer sus deseos. Los grupos empresarios elaboran planes de desarrollo desde la ideología de la maximización de los beneficios; a eso los impulsa la lógica del sistema, de otro modo, son vencidos por la competencia. Por su parte, el estado conduce su política de desarrollo industrial, energético, agrícola, vial, urbano, etc., con los mismos criterios del sistema global. El precio que se paga por todo esto -no debe extrañar- es la agresión al eco-sistema (polución atmosférica, destrucción del paisaje, etc.).

Con las presiones de la nueva conciencia, se intenta equilibrar ventajas del progreso con costos ecológicos. A pesar de sus contradicciones internas, sus asimetrías y oposiciones, sus divisiones y antagonismos, no se renuncia al paradigma moderno del desarrollo ilimitado. Pero se tiene en cuenta el argumento ecológico.
Evidentemente, no se trata de redefinir el desarrollo a partir de la cuestión de base, planteada por la conciencia ecológica. Se trata de proyectar e implementar un desarrollo ecológicamente aceptable, que se adecúe al eco-sistema regional (como por ejemplo, el extrativismo de Chico Mendes, apropiado al eco-sistema amazónico). De esta forma, nos quedamos en la metáfora dominante, presente en los documentos oficiales, del desarrollo aceptable (definido por la Comisión Brundtland de la ONU en 1987 como aquel que atiende a las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de que las generaciones futuras, atiendan a sus propias necesidades”). En definitiva, lo que importa es el desarrollo, incluso a costa del desorden ecológico. Cuando surge un conflicto entre desarrollo y ecología generalmente se opta por el desarrollo, en detrimento de la ecología. La avidez capitalista parece irreconciliable con la preservación de la naturaleza. Es importante señalar el avance de la eco – política, de cara a una simple eco teología. La consideración del factor ecológico ayudó a mejorar la calidad de vida humana en el transporte, la alimentación, la vivienda, etc. Se creó la expresión “eco-desarrollo”, es decir, aquel que más incorpora el argumento ecológico. Se considera que la naturaleza entra en la concepción del capital, y no solo los medios de producción y el trabajo. Y aún más, hay empresarios dispuestos a pagar tasas para la reproducción de la naturaleza, así como pagan para preservar la fuerza de trabajo.

No obstante, la cuestión más básica, la del orden social, no está planteada. ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Más participativa, igualitaria, solidaria? ¿capaz de combinar la fantasía con la razón analítica, la imaginación con la lógica, la técnica con la utopía? ¿una sociedad más integrada en la naturaleza? Para las poblaciones marginadas (en los países periféricos son la mayoría) ¿qué significa exigir alimentos libres de agrotóxicos, cuando no tienen comida? ¿De qué vale proponer ómnibus propulsados a gas natural no contaminante, cuando ni siquiera disponen de ómnibus? ¿Es satisfactorio ofrecer leche enriquecida a los niños de las favelas mientras enferman y mueren por carencias sanitarias básicas? Aquí falta una política global de matriz ecológica, que integre todos los factores y evite poner, aquí y allá, remiendos que benefician fundamentalmente a las élites.

Como dijimos, las políticas de desarrollo deben adecuarse al eco-sistema regional. Los faraónicos proyectos de Henri Ford en 1927, con el caucho en la Amazonia y, cincuenta años más tarde, de Daniel Ludwig con la celulosa y la madera en Jari, y de la Volkswagen en los años 70, redundaron en un inmenso fracaso, debido a la total desconsideración del aspecto ecológico. Es más, eso costó dos millones de hectáreas de bosques, en el caso del proyecto Jari; y 144.000 hectáreas quemadas en el caso de la Volkswagen, para alimentar 46.000 cabezas de ganado, dejando para cada una -verdadera fantasía- 30 000 M2 . El faraonismo de tales proyectos revela la irracionalidad del modelo de desarrollo y la necesidad de superarlo con una visión más holística representada por la razón ecológica.

c. El camino de la sociedad: la ecología social

En verdad, lo que hoy está en crisis no es, principalmente, el modelo de desarrollo sino el modelo de sociedad imperante en el mundo. El proyecto de desarrollo se elabora al interior de la sociedad, ella decide el modelo que quiere para sí. El proyecto no tiene existencia propia. Todas las sociedades mundiales -incluso aquellas que valoran la existencia de otras más benévolas con la naturaleza- son energívoras, es decir, devoradoras de energía. El problema no es nuevo, tiene una historia de miles de años, que marcó el mundo exterior y también la estructura mental del ser humano. Se origina en el neolítico (8-10.000 años antes de nuestra era), con la aparición de la agricultura y la formación de los primeros pueblos y ciudades. Ya entonces comienza el saqueo de la naturaleza. Pero es a partir del siglo XVI, con el advenimiento de la civilización industrial y comercial, que se constituye un proyecto de explotación sistemática de la naturaleza, a partir de posiciones de poder. En la medida en que crece la dominación a través de la ciencia y la técnica, crece también la destrucción masiva del medio ambiente. En la actualidad los daños son planetarios, afectan el suelo, el aire, las aguas, el clima, la flora, la fauna y la calidad global de la vida humana. Las 2500 ciudades con 8-12 millones de habitantes forman verdaderos purgatorios ecológicos.

Como dijimos arriba, el eje que estructura la sociedad moderna es la economía, vista como el conjunto de poderes e instrumentos de creación de riqueza, mediante la explotación de la naturaleza y de los otros seres humanos. Para la economía del crecimiento, la naturaleza se degrada a un simple conjunto de “recursos naturales” o de la materia prima” a disposición del interés humano. Los trabajadores son vistos como “recursos humanos” en función de las metas de la producción. Es una visión instrumental y mecanicista : personas, animales, plantas, minerales, en fin, todos los seres pierden su autonomía relativa y su valor intrínseco. Son reducidos a meros medios para un fin establecido, subjetivamente, por el ser humano, entendido como rey del universo y centro de todos los intereses.

En este paradigma, entre ser humano y naturaleza existe una guerra sin descanso. El equilibrio desarrollo/ecología es apenas una tregua. La lógica destructora, contenida en el proceso de desarrollo cuantitativo no cesa, a lo sumo es redefinida. La tregua es para que la naturaleza se recupere (el tiempo de la naturaleza es mucho más lento que el rápido, rapidísimo tiempo de la técnica) y nuevamente sea víctima de la voracidad desarrollista. Aquí percibimos la siguiente lógica perversa: se utiliza la fuerza para conseguir cierto tipo de orden social que garantice la producción y la reproducción de bienes y privilegios para un segmento de la sociedad. Los demás participan pero de forma subalterna, sin poder co-definir el sentido de la vida social. Con la misma fuerza se agrede a la naturaleza, para hacer que entregue sus bienes, los que son apropiados en forma desigual. Se trata de una misma lógica de dominación sobre las personas y la naturaleza. Con acierto decía Clive S. Lewis: “lo que llamamos poder del ser humano sobre la naturaleza, es en verdad, el poder ejercido por algunos hombres/mujeres sobre otros hombres/mujeres, utilizando la naturaleza como su instrumento”. La injusticia social conduce a la injusticia ecológica, y viceversa. Ese modelo social se revela profundamente dualista. Divide ser humano/naturaleza, hombre/mujer, masculino/femenino, Dios/mundo, cuerpo/espíritu, sexo/ternura. Y tal división siempre beneficia a uno de los polos, originando en el otro jerarquías y subordinaciones. En nuestro caso se trata de una sociedad de estructura patriarcas y machista. El mismo monoteísmo (un solo Dios) es interpretado en términos monárquicos y no trinitarios ni comunionales. Ahora bien, esa visión es fragmentaria, miope y falsa. No percibe las diferencias dentro de una gran unidad, ni la interdependencia que rige entre sociedad y medio ambiente. Pero el ser humano proviene de un largo proceso cósmico y biológico; sin los elementos de la naturaleza, las bacterias, los virus, los microrganismos, el código genético, los elementos químicos primordiales…. él no existe. Continuamente está en diálogo con el medio.

En un encadenamiento ecológico, podemos describir de la siguiente forma al ser humano varón/mujer: es un animal de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens, con un cuerpo de treinta billones de células, procreado y controlado por un sistema genético que se constituye en el curso de una larga evolución natural de 4,5 billones de años, cuya psiquis, con igual antigüedad que el cuerpo, capaz de formar visiones globales y construir unidades indivisibles a partir de la vibración unísona de cerca de diez millones de los diez billones de neuronas que existen, permite siempre crear y recrear simbólicamente el universo y proyectar un sentido final y omni-globalizante. Del mundo natural pasó al mundo personal, y del personal al mundo social y cultural. En todas esas fases, el ser humano siempre estuvo en interacción con la naturaleza, de forma que la ecología social debe ser siempre articulada con la ecología natural.

De esta lectura resulta claro que el ser humano individual y social es parte de la naturaleza; él pertenece a la naturaleza así como la naturaleza le pertenece a él, como cuidado y trabajo. Como luego veremos, posee su diferencia específica en la medida en que, sólo él, es un ser ético, capaz de cuidar de la naturaleza y potenciar su dinámica interna de ascensión, así como de herirla y hasta destruirla. Es tarea de la ecología social, estudiar los sistemas sociales en interacción con los eco-sistemas, La forma de organización de una sociedad ¿protege la naturaleza, o la hiere y destruye? ¿Cómo satisfacen sus necesidades los seres humanos? ¿de forma solidaria, sin tensiones ni exclusiones, respetando los ciclos naturales y los tiempos ecológicos? ¿Cómo se trata la tierra? ¿Cómo mercadería y “recurso natural” a ser explotado, o realidad a ser respetada como parte de nuestro cuerpo, trabajando con ella y nunca en su contra?

La gravedad de la crisis moderna consiste en su carácter estructural e intrínseco. El déficit de la tierra no es fortuito y pasajero; resulta de una máquina de asalto, agresión, pillaje y matanza acelerada de la naturaleza en beneficio de la generación presente. Existe una violencia socio-económica y política directa sobre pueblos, naciones y clases; las consecuencias son relaciones rotas, hambre, enfermedades y muerte. Eso ya es un crimen ecológico contra los seres más complejos de la naturaleza. Prosigue la violencia sobre la naturaleza; se produce contaminación de la biosfera y degradación de eco-sistemas, lo que afecta indirectamente al ser humano, vinculado a todas esas realidades. El modelo de sociedad actualmente vigente produce un pecado social (ruptura en las relaciones sociales) y un pecado ecológico (ruptura de las relaciones del ser humano con su medio ambiente). No solo explota las clases y los eco-sistemas presentes, sino también las clases y eco-sistemas futuros. Todos somos responsables por los mecanismos que amenazan de enfermedad y de muerte a la vida natural y social, en una palabra, al sistema de la vida planetaria.

Para abandonar la tendencia que puede llevarnos al apocalipsis ecológico, necesitamos introducir con urgencia, procesos que generen alternativas al modelo social vigente, hasta superarlo históricamente. Se imponen revoluciones moleculares, es decir, revoluciones a ser inauguradas por los actores sociales que, como las moléculas, se organizan en grupos, comunidades, articulaciones de reflexión y acción, y otros movimientos sociales que ya osaron vivir lo nuevo, integrando en vez de fragmentar en sus espacios vitales. Sin el coraje para dar los primeros pasos, nunca se construye un camino, ni se abre la posibilidad de la gran transformación. El nuevo modelo de sociedad, debe rehacer el tejido social a partir de las múltiples potencialidades del ser humano y de la propia sociedad. Al lado del trabajo debe estar el ocio, junto a la eficacia la gratuidad, la dimensión lúdica debe acompañar a la productividad. La imaginación, la fantasía, el sueño, la emoción, el simbolismo, la poesía y la religión deben ser tan valorados como la producción, la organización, la funcionalidad y la racionalidad, masculino y femenino, Dios/mundo, cuerpo/psiquis, deben integrarse en el horizonte de una inmensa comunidad cósmica.

Sólo así, la sociedad será plenamente humana. El ser humano necesita tanto del pan como de la belleza. Debe realizar todo lo posible y aún un poco de lo imposible, pues está llamado siempre a sobrepasar los límites y a transgredir las barreras impuestas. “Si intentásemos lo imposible, seremos condenados a afrontar lo inconcebible” decían los estudiantes europeos en 1968. Contra una economía del crecimiento ilimitado, orientada por la acumulación, debemos llegar a una economía de lo suficiente, centrada en la vida de las personas y de la naturaleza, en la participación de todos en la producción de los medios de vida, en la solidaridad para con aquellas personas o seres de la creación que menos vida tienen, o sufren patologías o dificultades para la subsistencia; en la ternura y la veneración para con toda la creación. La tecnología debe ser socialmente apropiada, es decir, producir bienes para todos no solo para minorías, y al mismo tiempo propiciar formas de participación y control libres de alienación. Junto con esto, debe ser ecológicamente apta, en el sentido de no destruir el eco-sistema regional, garantizando su futuro por amor a las generaciones venideras.

Estas son cuestiones importantes para una ecología social: ¿Qué educación necesitamos (ecología mental) para rehacer una alianza de simpatía, de encanto y veneración para con la naturaleza? ¿Cómo reorganizar el régimen de trabajo para que sea creativo y también gozoso? ¿Cómo serán nuestras ciudades a escala humana para que favorezcan las virtudes sociales y refuercen los lazos de la convivencia y la comunión? ¿Qué tipo de poesía ayuda a redescubrir el misterio del mundo y a sensibilizar las personas hacia el entrelazamiento de todos los seres? ¿Qué tipo de ciencia debemos desarrollar que nos permita un “diálogo” fecundo con el mundo, sin crear desequilibrios? ¿Qué tecnología nos puede liberar del cautiverio de viejas opresiones históricas (enfermedades, distancias, peligros de la propia naturaleza) y, al mismo tiempo, alimentarnos espiritualmente, reequilibrar los eco-sistemas de toda una región y crear las condiciones para una sociedad cuyo eje sean la vida y la alegría, la humanidad concreta con sus búsquedas, sus aciertos y fracasos, y su capacidad de aprender siempre de todo para, finalmente, trascender en la dirección del sueño mayor del corazón, de una absoluta integración personal, cósmica y divina?.

d. El camino de la ética : ética ecológica

El camino de la sociedad nos lleva al umbral de la ética. Esta es mucho más que la moral. La moral tiene que ver con las costumbres (mores=costum-bres=moral como, ciencia de las costumbres); éstas se circunscriben a hábitos, valores y opciones dentro de una determinada cultura y de los grupos que se forman al interior de la misma, con sus intereses específicos, conflictos y privilegios históricos. La ética va más allá de la moral. Por ella expresamos el comportamiento justo y la manera correcta en que el ser humano debe relacionarse, conforme a la dinámica propia e intrínseca a la naturaleza de cada cosa. Lo decisivo en la ética no es lo que nosotros queremos o conseguimos imponer por el poder (por ese camino se crean las distintas morales), sino lo que la realidad misma dice y exige de cada uno que se pone a su escucha y en sintonía con ella. La ética de la sociedad hoy dominante es utilitarista y antropocéntrica. El ser humano estima que todo se ordena hacia él; se considera señor y patrón de la naturaleza puesto allí para satisfacer sus necesidades y realizar sus deseos. Como hemos observado anteriormente, tal postura de base conduce a la dominación de los otros y de la naturaleza. Niega la subjetividad de otros pueblos, la justicia a las clases y el valor intrínseco de los demás seres de la naturaleza. No percibe que los derechos no se aplican solamente al ser humano y a los pueblos, sino también a los demás seres de la creación. Así como existe un derecho humano y social, existe también un derecho ecológico y cósmico. No tenemos derecho a destruir lo que nosotros mismos no creamos.

El nuevo orden ético debe encontrar otra centralidad. Debe ser ecocéntrico, apuntar al equilibrio de la comunidad terrestre. Una tarea fundamental es hacer la destruida alianza entre el ser humano y la naturaleza, y la alianza entre las personas y los pueblos para que sean aliados unos de otros en fraternidad, justicia y solidaridad. El fruto de eso es la paz. Y paz, significa el orden del movimiento y el pleno desarrollo de la vida. Para una ética ecológica son importantes ciertas tradiciones culturales. El budismo y el hinduismo en el Oriente, San Francisco de Asís, Schopenhauer, Albert, Schweitzer y Chico Mendes en el Occidente, desarrollaron una ética de compasión universal. Ella intenta la armonía, el respeto y la veneración entre todos los seres, y no la ventaja del ser humano. El principio orientador de esta ética es: “bueno es todo lo que conserva y promueve todos los seres, especialmente los vivos, y dentro de los vivos los más débiles; malo es todo lo que perjudica, disminuye y hace desaparecer los seres”. Ética significa la “ilimitada responsabilidad por todo lo que existe y vive”.

El bien supremo reside en la integridad de la comunidad terrestre y cósmica. Ella no se resume en el bien común humano; incluye el bien de la naturaleza. Y como la naturaleza está envuelta en una trama universal de relaciones (energías universales de la micro y macro realidad), el bien común, también será cósmico. No estamos únicamente delante de una sola tierra, sino de un solo cosmos con todos sus cuerpos, partículas y energías construyendo una única comunidad interdependiente. En ese nivel de la ética se revela la singularidad de este ser de la naturaleza que es la mujer y el hombre. En la creación, sólo él se constituye en un ser ético. Esto quiere decir: sólo él se hace responsable, sólo él da una respuesta (de allí su responsabilidad) a la propuesta que viene de la creación, pues ser humano y creación se encuentran frente a frente. Ese cara a cara se puede traducir en una acogida o en un rechazo. Puede darse una alianza y se hacen aliados de un proyecto comunitario de subsistencia y vida. Sólo el ser humano puede pesar los pro y los contra, entender la posición del otro, asumir su lugar y entender sus legítimos intereses. Sólo él puede sacrificarse por amor a otro, sólo él puede inclinarse, como el samaritano, sobre el más débil, defenderlo y ofrecerle el hombro, aunque pueda significar renuncia e incluso perjuicio personal. Pero también, sólo él puede diezmar, destruir y poner en peligro todo el sistema planetario. Como ser ético él se hace sujeto de la historia; se puede realizar o frustrar, sólo él puede ser trágico o feliz. Y junto con él puede cargar el destino del sistema tierra, El ser humano vive éticamente cuando dice estar sobre los otros para estar junto a los otros. Cuando se hace capaz de entender las exigencias del equilibrio ecológico, de los seres humanos con la naturaleza y con otros seres humanos, y en nombre de tal equilibrio impone límites a sus propios deseos. El no es, tan sólo, un ser de deseos; sino también de solidaridad y de comunión. Cuando asume la función/vocación de administrador responsable, de ángel de la guarda y celador de la creación, entonces vive la dimensión ética inscrita en su ser.

De aquí se desprende que, por el camino de una ética ecológica, fundada en el respeto a la alteridad, en la acogida de las diferencias, en la solidaridad y en la potenciación de la singularidad, se deja atrás el paradigma utilitario dominante que tanto amenaza la vida y la paz entre los seres de la naturaleza. Ese camino nos conduce a una etapa más alta de la reflexión y el compromiso.

e. El camino de la mente: ecología mental

El actual estado del mundo (polución del aire, contaminación de la tierra, pobreza de 2/3 de la humanidad, etc.) revela el estado de la psiqué humana: estamos enfermos por dentro. Así como existe una ecología exterior (los eco-sistemas en equilibrio o desequilibrio), también existe una ecología interior. El universo, con su autonomía, no está solamente fuera, sino también dentro de nosotros. Las violencias y agresiones al medio ambiente hunden profundas raíces en estructuras mentales que poseen su genealogía en la ancestralidad.

Todas las cosas están en nosotros como imágenes, símbolos y valores. El sol, el agua, el camino, las plantas y los animales viven en nosotros como figuras cargadas de emoción y como arquetipos. Las experiencias bienhechoras, traumáticas e inspiradoras que la psiqué humana hizo en su larga historia en contacto con la naturaleza y también con el propio cuerpo, con las más diversas pasiones, dejaron marcas en el inconsciente colectivo y en la percepción de cada persona. Existe una verdadera arqueología interior de la cual los psicoanalistas de lo profundo organizaron todo un código de interpretación y lectura. Sabemos que el proceso de individuación se hace en diálogo con las figuras del padre, de la madre, de los familiares, de la casa, del medio ambiente, de los seres y objetos cargados de significación que puede ser positiva o negativa.
  
Ciertamente, en su afán de supervivencia, en una fase ancestral de peligrosa confrontación con la naturaleza, el ser humano tuvo que desarrollar su instinto de agresividad; así como en situaciones más amenas puede dar curso a sus potencialidades de convivencia y apoyo mutuo. Tales matrices de comportamiento dejan marcas en el universo interior del ser humano y en las relaciones colectivas de un pueblo. Otras veces, es el proceso de personalización individual que deja sus vestigios en comportamientos actuales. Así, por ejemplo, en la experiencia de cada uno existe “su mundo”, el cuerpo, la familia, la casa, el espacio de la subjetividad. Ese ámbito se mantiene cuidado y limpio. Más allá de él existe el vacío, la realidad amorfa y lo indeterminado. Allí puedo tirar desechos y descuidar su preservación. En razón de ello se entienden los hábitos culturales de tirar la basura en lugares baldíos, aparentemente sin dueño.

Para la psicología infantil lo que no se ve, no existe. En el adulto puede permanecer, como resabio, la idea de que un objeto que ya no se puede ver, no existe. Por eso lanza al fondo del mar o entierra los desechos tóxicos o nucleares, con la sensación ilusoria de haberlos eliminado realmente. El sistema hoy imperante -aquel del capital- así como su rival histórico (hoy en descomposición, en vastas partes del mundo), el socialismo, elaboraron sus propios métodos de construcción colectiva de la subjetividad humana. En realidad, también los sistemas religiosos e ideológicos se mantienen porque consiguen entrar en la mente de las personas y construirlas por dentro. El sistema del capital y del mercado consigue penetrar en todos los poros de la subjetividad personal y colectiva, determinando el modo de vivir, de elaborar las emociones, de relacionarse con los otros próximos y con los distantes, con el amor y la amistad, con la vida y la muerte. Así se divulga subjetivamente el sentimiento de que la vida no tiene sentido si carece de símbolos de posesión y de status, como pueden ser un buen consumo de bienes, la posesión de ciertos aparatos electrónicos, de autos, objetos de arte, de vivienda en determinados lugares de prestigio. Los distintos sistemas fabrican socialmente al individuo, para ellos adecuado, con las virtudes que los refuerzan y con la contención de aquellas fuerzas que podrían ponerlo en crisis, o permitir la elaboración de una alternativa a los mismos.

H. Marcuse hablaba con acierto de la fabricación moderna del hombre unidimensional. En vez de reprimir los impulsos naturales del ser humano, el sistema incentiva algunos, realizándolos de forma intencionalmente empobrecida y reducida, al tiempo que refrena otros. De esta forma, la sexualidad es proyectada como mera descarga de una tensión emocional mediante el intercambio de los órganos genitales. Se oculta el verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es la cama, sino toda la existencia humana en cuanta potencialidad de ternura, de encuentro y de erotización de la relación varón/mujer.

Otras veces se satisfacen necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; se enfatiza el instinto de posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo, solamente como producción de riqueza. En la era tecnológica se verifica en la psiqué, la invasión de los objetos inanimados, sin referencia humana ninguna; los artefactos crean soledad, los datos de la informática y de la computadora vienen privados de tonalidad afectiva. Se genera el individualismo con personalidades áridas, emotivamente fragmentadas, hostiles y antisociales. Los otros son vividos como extraños y obstáculos a la satisfacción. Se oculta la otra necesidad fundamental del ser humano: la necesidad de ser, de tener su identidad singular. Aquí no cabe la manipulación ni la fabricación colectiva de la subjetividad, sino la libertad, la creatividad, la osadía, el riesgo de trillar caminos difíciles pero más personales. Ahora bien, tal dimensión es subversiva de los sistemas de “regulación” social, moral y religiosa. Pero es a partir de ellos que el ser humano puede enfrentarse con el mundo del tener sin caer en su obsesión y ser víctima de su fetichismo, Bien decía un indígena americano: “Cuando el último árbol haya caído, cuando el último río haya sido envenenado, cuando el último pez haya sido capturado, solo entonces nos daremos cuenta de que el dinero no se puede comer”.

La ecología de la mente intenta recuperar el núcleo valorativo-emocional del ser humano, de cara a la naturaleza. Intenta desarrollar la capacidad de convivencia, de escucha del mensaje que todos los seres lanzan por su presencia, por su relación en el todo ambiental; la potencialidad de encantamiento con el universo en su complejidad, majestad y grandeza. Ella intenta reforzar las energías psíquicas positivas del ser humano para poder enfrentar con éxito el peso de la existencia y las contradicciones de nuestra cultura dualista, machista y consumista. Ella favorece el desarrollo de la dimensión mágica y chamánica de nuestra psiqué. El chamán que cada uno de nosotros puede ser, entra en sintonía no solo con las fuerzas de la razón, sino con las fuerzas del universo que se hacen presentes en nosotros mediante impulsos, visiones, intuiciones, sueños, y por la creatividad. Cada ser humano es, por naturaleza intrínseca, creativo. Lo mismo cuando imita o copia a otros, lo hace a partir de sus matrices, confiriéndole siempre una nota de subjetividad irrepetible. Así, el ser humano se abre al dinamismo cósmico originario que lleva todo hacia adelante, diversificando y haciendo crecer en complejidad para terminar en mesetas más elevadas de realidad y de vida. Sin una revolución en la mente, será imposible una revolución en, la relación ser humano/naturaleza. La nueva alianza hunde sus raíces en la profundidad humana. Es allí donde se elaboran las grandes motivaciones, la magia secreta que transforma la mirada sobre cada realidad, trasfigurándola en aquello que ella es: un eslabón en la inmensa comunidad cósmica.

f. El camino de la espiritualidad : mística cósmica

La ética degenera en código de preceptos y hábitos de comportamiento y la ecología de la mente corre el riesgo de perderse en su fascinante mundo simbólico interior, si ambas no fueran expresión de una espiritualidad o una mística. Cuando aquí hablamos de mística, pensamos en una experiencia de base omnienglobante, mediante la cual se capta la totalidad de las cosas, exactamente como una totalidad orgánica cargada de significación y de valor. La mística está ligada a la espiritualidad. Espíritu, en su sentido originario (de donde viene la palabra espiritualidad), es el ser que respira. Por lo tanto, es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la planta. Pero no solo eso. La tierra toda y el universo son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos viene la vida y son ellos quienes mantienen la vida y todo el movimiento creador.

Espiritualidad es aquella actitud que coloca la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de muerte, disminución o estancamiento. Lo opuesto al espíritu, en este sentido, no es el cuerpo, sino la muerte y todo lo que estuviera ligado al sistema de la muerte, tomada en su sentido amplio, de muerte biológica, social, existencial (fracaso, humillación, opresión). Alimentar la espiritualidad significa cultivar ese espacio interior a partir del cual todas las cosas se ligan y religan; significa superar los compartimientos estancos y vivenciar las realidades, más allá de su facticidad -opaca y a veces brutal- como valores, inspiraciones, símbolos de significaciones más altas. El hombre espiritual es aquel que puede percibir siempre el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad oculta y la referencia de todo con todo como la última realidad que las religiones llaman Dios. Tanto la mística como la espiritualidad parten de otra plataforma: no del poder, ni de la acumulación o el interés, ni de la razón instrumental. Arrancan de la razón sacramental y simbólica, de la gratuidad del mundo, de la relación, de la conmoción profunda, del sentido de comunión que todas las cosas guardan entre sí, de la percepción del organismo cósmico, atravesado de llamados y señales de una realidad más alta y plena.

Hoy, solo llegamos a este punto mediante una severa crítica del paradigma de la modernidad, como lo expusimos sucintamente más arriba. Necesitamos sobrepasarlo e incorporarlo en una totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis del se fundamental de nuestro sistema de vida, de nuestro modelo de sociedad y de desarrollo. Ya no podemos apoyarnos en el poder como dominación ni en la voracidad irresponsable con la naturaleza y las personas. No podemos pretender estar por encima de las cosas del universo, sino junto a ellas y a su favor. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza. Lo que debe mundializarse no es el capital, el mercado, la ciencia o la técnica; lo que debe ser fundamentalmente mundializado es la solidaridad para con todos los seres, a partir de los más afectados; la valorización ardiente de la vida en todas sus formas; la participación como respuesta al llamado de cada ser humano a la dinámica misma del universo; la veneración para con la naturaleza de la cual somos parte, y la parte responsable. A partir de esa densidad de ser, podemos y debe asimilar las ciencias y las técnicas como formas de garantizar el tener, de mantener, de rehacer los equilibrios ecológicos y de satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente y no despilfarradora o disipada.

Los maestros del moderno ethos de la relación ser humano/naturaleza nos desvía del recto camino. René Descartes enseñaba en su teoría de la ciencia (Discurso del método que la vocación del ser humano reside en ser “maestros y poseedores de la naturaleza. Otro maestro fundador, Francis Bacon, expresó correctamente el sentido del saber: “saber es poder”. Poder sobre la naturaleza -completaba- significa “amarrarla al ser humano y hacerla nuestra esclava”. Necesitamos analizar otros maestros, fundadores de otra tradición espiritual integradora, que inauguraron una nueva suavidad para con la naturaleza, a ejemplo de San Francisco de Asís, de Teilhard de Chardin y de toda la gran tradición agustiniana- bonaventuriana-pascalina. Para todos ellos, conocer nunca era un acto de apropiación y dominio de las cosas, sino una forma de amor y comunión con ellas; valorizar amor como camino para el mundo y como forma de experiencia de la divinidad. Escribió Blas Pascal: “Aquí está la fe: Dios sensible al corazón y no a la razón”.

Hoy, la preocupación ecológica y especialmente la cosmología contemporánea (visión del mundo), se aproximan a esta espiritualidad de integración. Se impone una revolución espiritual como exigencia de la sensibilidad actual y de la gravedad de los problemas que vivimos. Veamos algunas contribuciones de las ciencias que refuerzan la necesidad de una revolución reverente. Según la física cuántica y la teoría de la relatividad, materia y energía son intercambiables y equipolentes. En rigor, la física atómica ya no conoce el concepto materia. Dentro de si, el átomo tiene un enorme espacio vacío, y las partículas elementales no son otra cosa que energía en altísimo grado de concentración y estabilidad. La materia sólo existe como tendencia. La fórmula de Einstein significa, fundamentalmente, que materia y energía son dos aspectos de una misma realidad.

Las partículas sub atómicas se presentan como ondas electromagnéticas o bien como partículas, dependiendo del observador. Estos aspectos limitan el campo de validez de la lógica lineal y del principio de no contradicción. El factor A puede ser A como no A. Niels Bohr introdujo el principio de la complementariedad, bien al estilo del pensamiento chino según el cual la realidad se organiza en Ying y Yang (materia/espíritu, femenino/masculino, negativo / positivo, etc.). 

Werner Heisenberg formula el principio de indeterminabilidad según el cual, las partículas atómicas no obedecen a una lógica causal, sino que se organizan dentro del principio de la indeterminación de las probabilidades. Las probabilidades dejan de ser tales, y se transforman en realidades mediante la presencia del observador, que tanto puede ser humano como cualquier otro elemento de la naturaleza que establezca una relación. Por tratarse de probabilidades, abiertas a concretarse o no, no pueden ser descritas. “El acto de observación, por sí mismo, cambia la función de probabilidad de manera discontinua; él selecciona, entre todos los eventos posibles, el evento que realmente ocurrió. Por lo tanto, la transición entre lo posible y lo real ocurrió durante el acto de observación”, dice Heisenberg.

Esto significa reconocer que el sujeto observante influye en el fenómeno observado. Y aún más. El observador, en consonancia con la física cuántica, es imprescindible tanto para la constitución como para la observación de las características de un fenómeno atómico. El sujeto pertenece a lo real. Describiendo lo real nos estamos autodescribiendo. El ser humano es parte constitutiva del todo y su conciencia define constantemente el campo real que observamos.

La nueva física establece el concepto del mundo como un todo unificado e inseparable. El universo consiste en una complejísima red de relaciones en todas las direcciones y de todas las formas. Por eso, las leyes de la física poseen un carácter estático, y la causalidad no es lineal. La realidad A influye en B que, a su vez, retroinfluye en A y también en C, y así sucesivamente hacia atrás y adelante. En tal visión todo es dinámico. Todo vibra. Todo está en proceso. Más que bailarines, existe una permanente danza de energías y elementos. Según la teoría holográfica (especie de reconstrucción y fotografía de las ondas, posibilitada por el rayo láser, produciendo el así llamado holograma), las partes están en el todo y el todo en cada una de las partes. A partir de aquí, el premio Nobel de física David Bohm, propone la imagen del orden universal como un orden ovillado. Todo implica a todo, nada existe fuera de la relación, la relación constituye todas las realidades. Lo que existe es el holomovimiento, un movimiento articulado en todas las direcciones, interconectando todas las partes. Cada uno de nosotros también está envuelto con cada parte y con todo el universo. Somos, de hecho, un único universo en el cual todo tiene que ver con todo.

La física nos abre nuevas perspectivas del mundo material. La biología contemporánea nos brinda nuevas perspectivas de la vida. La combinación entre física cuántica y biología enriqueció nuestra comprensión acerca del carácter de sistema de los organismos vivos y del propio cosmos. Nos ayuda también, a captar mejor la naturaleza como un todo orgánico. Indiquemos apenas, algunos puntos. La no linealidad: No existe, a un nivel profundo, la simple relación de causa-efecto. Lo que existe es la maraña simultánea y permanente de relaciones globales. La dinámica: Todas las partes de un sistema están en permanente movimiento. El organismo no encuentra su estabilidad por la fijación de sus leyes, sino por la capacidad de adaptación y equilibrio dinámico. El carácter cíclico: El crecimiento no es lineal. Degradación y muerte pertenecen a la vida. La muerte es una invención de la vida. El ciclo propicia la continuidad de la vida, no del individuo. La naturaleza no es biocéntrica, ella apunta al equilibrio entre vida y muerte. El orden estructurado: Cada sistema se compone de subsistemas y todos son parte de un sistema aún mayor. El ser humano es parte del sistema humanidad. La humanidad es parte del sistema animal, este del sistema vegetal, y finalmente, del organismo tierra.

Autonomía e integración: Cada sistema es autónomo y al mismo tiempo relacionado, por lo tanto, con identidad propia pero abierto de tal forma que siempre se encuentra en un proceso de integración con todos los elementos del medio. Darwin estableció la struggie for life (lucha por la vida) como el principio de selección natural. El más fuerte sobrevive; por lo tanto, triunfa el principio de la autoafirmación. Ahora se complementa a Darwin: el principio que responde por la supervivencia es la integración, la cooperación, el cambio, la simbiosis. No se debe acentuar tan solo la diferencia y la identidad, sino también la complementariedad y la solidaridad. Auto organización y creatividad: Cada sistema complejo, como el sistema nervioso central tiene la propiedad de estructurarse a sí mismo. En la medida en que funciona, también se va estructurando en un proceso continuo de aprendizaje y decisión. La creatividad es intrínseca a los seres vivos y el sentido de la evolución es propiciar cada vez más capacidad de creación. El ser humano es por excelencia un ser creativo. A partir de esto se entiende que algunos ecólogos se representen la tierra como sistema complejo único, un organismo vivo, Gaia. Cada subsistema está ligado a todos los otros, por el correr del viento, de las aguas, por la migración de las especies, por los ciclos del crecimiento, maduración, envejecimiento y muerte. Por el aire que respiramos estamos unidos a todos los animales, plantas, también con nuestros motores, fábricas y chimeneas de nuestra industria.

Además de estas contribuciones, tenemos los aportes de la psicología de lo profundo, la psicología transpersonal, y de la así llamada nueva antropología. No podemos detallar aquí toda esa riqueza. Todos coinciden en esto: el ser humano, biológica y psíquicamente posee una ancestralidad, como el universo. Existe una ecología interior y conexiones con todas las energías del cosmos que pasan por nosotros, nos marcan y nos interligan con el destino de todos los seres. Como dice el ecólogo norteamericano Thomas Berry: “El ser humano, antes menos que un ser habitando la tierra o el universo, es, sobre todo, una dimensión de la tierra y de hecho del propio universo; la formación de nuestro modo de ser depende del apoyo y de la orientación de ese orden universal; en el universo cada ser se preocupa por nosotros”. Rige pues, una conspiración benigna entre todos los seres (Feguson). No podemos separar las olas entre sí, ni las olas del mar; tampoco la luz de su brillo y de su radiación. Todo coexiste.

De lo dicho se desprende que espiritualidad y ciencia se implican y completan. Las personas que se orientan por la cosmología contemporánea, más y más se confrontan con el planeta como un inmenso y complejo organismo. Cuando una parte de él es violada, sufrimos también nosotros. No solo conocemos por la ciencia, sino también por nuestra conciencia, por nuestra interioridad, por las intuiciones, los sueños, las experiencias y proyecciones. Grandes científicos se extasían, ante la complejidad de lo real, ante aquella fuerza que está por detrás de la energía cósmica. Hay un unificador de todo ese inmenso organismo total.

Desarrollan una profunda religiosidad sin por ello ligarse a alguna confesión definida. Más que religión, ellos profesan una espiritualidad cósmica. El principio dinámico de auto organización del universo está actuando en cada una de las partes del todo. Mientras tanto, Dios es el nombre que las religiones encuentran para sacarlo del anonimato e insertarlo en nuestra conciencia y en nuestra celebración dé la vida. Es un nombre de misterio, una expresión de nuestra reverencia. El está en el corazón del universo. El ser humano se siente integrado en él, humildemente al lado y junto a todos los demás seres, pero al mismo tiempo responsable y co-creador, hijo e hija del Supremo que se hace siempre mendigo para estar cerca de cada uno. Queremos experimentar a Dios y no solo saber lo que se dice de él. Nada mejor que una mentalidad ecológica para bucear también en aquel misterio que todo lo circunda y todo lo penetra, que en todo resplandece y todo lo soporta. Para acceder a él no existe un solo camino y una sola puerta. Esa es la ilusión occidental. Para quien un día lo experimentó, todo es camino y cada ser se hace puerta para encontrarse con él.

5. Ecología y teología: pan-en-teísmo cristiano

Los desafíos ecológicos provocan a la teología. Hacer teología es preguntar siempre: ¿cómo se relaciona todo esto con Dios?. Las cuestiones suscitadas animan a la teología a rever concepciones del pasado, a proyectar otras y, en razón de nuevos problemas, actualizar antiguas visiones que quedaron en el depósito de su experiencia acumulada y que ahora cobran relevancia.

a. Co-responsabilidad del cristianismo por la crisis ecológica

En primer lugar cabe una autocrítica. ¿Hasta qué punto el cristianismo es co-responsable por la actual crisis ecológica?. Es co-responsable pero, si bien su influencia ha sido determinante, no es el único. Sabemos que el libro del Génesis presenta dos versiones de la creación y de la misión del ser humano. En la primera versión se dice: “Hagamos al ser humano (varón y mujer) a nuestra imagen y semejanza para que domine…” ” sean fecundos y multiplíquense, llenen y sometan la tierra, dominen sobre los peces…” (Gen. 1,26.28). Una cosa es el sentido del texto en el marco cultural del hagiógrafo casi tres mil años atrás, y otra su recepción por los lectores actuales dentro de otro marco cultural. El sentido originario del texto es éste: “El ser humano, en cuanto varón y mujer, es el representante de Dios en la creación, su hijo y su hija, su lugarteniente y aquel que prolonga la obra creadora de Dios. Dios creó al ser humano creador. Este es el sentido exegético de “imagen y semejanza”. Los términos “sometan y dominen la tierra” deben entenderse en este contexto y no en un sentido despótico, como las palabras sugieren. El hijo y la hija de Dios (otro sentido de “imagen y semejanza”)participan de la naturaleza del Padre creador que es de sabiduría y de bondad. Someter y dominar es en el sentido de administrar y cuidar una herencia recibida del Padre. La finalidad de su misión no se acaba en el trabajo creativo y en la representación responsable de Dios sino en el descanso del sábado, que significa la celebración por la perfección y la bondad de toda la creación (Gen. 2,2-3). Por lo tanto, al término de la misión humana no encontramos el trabajo sino el ocio, no la lucha sino la gratuidad y el descanso gozoso.

Pero no fue ese el sentido que predominó. Las palabras “someter y dominar” fueron leídas en el contexto de la modernidad. Ellas fueron asumidas literalmente. De allí se entendió la misión del ser humano como la plantearon Descartes y Bacon: un dominador y esclavizador de las fuerzas en la naturaleza para beneficio individual y social. Esa interpretación legitimaba, con la fuerza de la Palabra de Dios, el saqueo que la tierra sufrió y viene sufriendo. Necesitamos rever esta comprensión y rescatar el sentido originario, profundamente ecológico del mensaje bíblico. La segunda versión dice que el ser humano fue hecho por Dios como un ser vivo, marcado con su soplo. Fue colocado en el jardín del Edén “para cultivarlo y guardarlo” (Gen. 2,15). Aquí el sentido es manifiesto. El ser humano es amigo de la naturaleza, trabaja con la tierra (eso es cultivar) y es su ángel guardián que la preserva. Este sentido podría haber limitado al otro pero, en verdad, apenas quedó en el papel, o fue espiritualizado. En la caja de resonancia de nuestra cultura occidental, de por sí orientada por el poder y el faraonismo, tal mensaje tenía pocas posibilidades de ser oído y vivido. Hoy tiene gran relevancia. Los que profesan la fe bíblica se inspiran en él para actitudes correctas y responsables.

Ciertamente, más mala que estos textos, fue cierta tradición teológica, dominante en los medios eclesiásticos, que produjo: sospecha sobre el cuerpo, desprecio del mundo, desconfianza del placer, de la sexualidad y de la femineidad, anuncio de un Dios desligado del mundo que favoreció el surgir de un mundo desligado de Dios. Tales elementos refuerzan la entrega del mundo a la agresión humana. Entre tanto, cabe recordar elementos positivos que balancean los negativos: la afirmación -de la materia por el misterio de la encarnación y por los sacramentos, especialmente la eucaristía; descubrimiento del carácter sacramental del cosmos que trae signos del mismo Dios; el misterio de la creación que nos hace hermanos y hermanas de todos los seres, mística de confraternización emocionada vivida por San Francisco, Santa Clara y sus seguidores.

b. El rescate de la teología de la creación

La ecología, más que cualquier otra ciencia, nos coloca ante la naturaleza como una totalidad orgánica, diferenciada y única. Ella nos facilita entender el concepto teológico de creación, mediante el cual Dios y el universo se diferencian y al mismo tiempo se aproximan. Decir que somos creados significa afirmar que vivimos de Dios, tenemos en nosotros marcas de Dios y caminamos hacia Dios. La reflexión cristiana dominante no profundizó mucho el misterio de la creación. Por razones históricas e institucionales ella se concentró más en el misterio de la redención. Pero siempre hubo, también, una fuerte vertiente que supo articular mejor creación y redención, como la herencia de San Francisco, que recibimos reflexivamente por San Buenaventura, Duns Escoto y Guillermo de Ockham; la moderna teología de las realidades terrestres (del mundo, de la política y de la liberación) y, finalmente, toda la teología de la Iglesia Ortodoxa. No se trata aquí de esbozar los rudimentos de una teología de la. Creación. Bástenos señalar algunas referencias de base. En primer lugar, debemos entender la creación como juego de la expresión divina, danza de su amor, espejo en el cual él mismo se ve y donde proyecta compañeros en su vida y comunión. En este sentido, cada ser es mensajero de Dios, su representante y sacramento. Cada uno es digno, debe ser acogido y escuchado. En esta visión creacional no existen jerarquías ni representantes exclusivos. Todo viene del mismo amor de Dios. La revelación es permanente, en continuo proceso, pues Dios continúa auto-donándose y haciendo aparecer históricamente otras dimensiones d su misterio, en la medida en que la propia creación avanza. 

El magisterio cósmico enseña, infaliblemente, sobre la humildad, la ternura y bondad del principio que todo lo sustenta: Dios. En esta teología de la creación aparece el lugar singular del ser humano. Él no está encima sino dentro y en el límite de la creación. El es el último en despuntar, se encuentra en la retaguardia. El mundo no es fruto de su deseo o de su creatividad; no vio su principio. Porque es anterior a él, el mundo no le pertenece, pertenece a Dios su creador. Pero el mundo le es dado como jardín que debe cultivar y cuidar. Por lo tanto, la relación que el ser humano tiene para con la creación es fundamentalmente de responsabilidad, una relación ética. Esa responsabilidad, no es resultado de una libertad humana que puede o no decidirse en favor del mundo; es anterior a su libertad; se encuentra inscrita en su ser creacional. La libertad se realiza en el interior del mundo que el ser humano no creó, pero en el cual se encuentra.

El ser humano fue hecho de tal forma que estará siempre junto y en medio de la creación, como aquel que va a actuar sobre ella, de acuerdo con el dinamismo divino que él posee en si mismo recibido de Dios, pues de El es imagen y semejanza. En otras palabras, el ser humano solo podrá ser humano y realizarse, realizando el mundo e insertándose en él mediante el trabajo y el cuidado. Aquí no hay nada de destructivo y dominador. Por el contrario, estamos ante una inserción profundamente ecológica y destinada a mantener el equilibrio de la creación, avanzando y siendo transformada por el trabajo humano. Una teología de la creación nos ayudará a encontrar el sentido de una teología de la redención. Redención supone ‘un drama, una decadencia en la creación, una ruptura en la vocación humana que alcanzó a todos los humanos y también a su entorno cósmico. Porque el ser humano no cultivó ni preservó la creación, ella misma se siente herida. Por eso, de acuerdo con San Pablo, ella gime y clama por liberación (Rom 8,22).

La redención no exige una substitución, sino un rescate. La creación, fundamentalmente, conservó su estatuto bueno. El ser humano no tiene poder absoluto sobre la obra de Dios al punto de dañarla en su corazón. Pero él puede herirla gravemente. En el primer caso no cabría que hablásemos de redención, sino de substitución, de creación de otra naturaleza. En cambio la redención re-asume la creación, re-orienta la dirección del tiempo y sana la llaga que sangra. Esto significa que la revelación bíblica, las Iglesias, el magisterio, los sacramentos poseen un estatuto relativo. Están siempre relacionados a la creación y al servicio de su rescate. Esto no siempre se recuerda. Cuando nos olvidamos de la creación, se exacerba la importancia de la Biblia (fundamentalismo), se infla el papel de las Iglesias (eclesio-centrismo) y se exagera la función de los sacramentos (sacramentalismo). La revelación judeo-cristiana es para recuperar y no para substituir la revelación de la creación. Por eso, no cabe esgrimir la Biblia contra las ciencias ni fetichizar el magisterio eclesiástico como si el tuviese acceso a un saber negado a los que están dentro de la creación.
La comunidad eclesial debe sentirse parte de la comunidad humana, y ésta parte de la comunidad cósmica. Y todos parten de la comunidad trinitaria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

c. La Trinidad es un juego de relaciones: un Dios ecológico

La ecología constituye un juego complejo de relaciones. Todo incluye todo, nada olvida, valoriza y concatena todo. A partir de eso, se rescata la intuición más original del cristianismo: su concepción de Dios afirma la unicidad de la divinidad como toda la tradición religiosa de la humanidad, pero al mismo tiempo sustenta la diversidad de las personas divinas. Sin por eso multiplicar a Dios.

El cristianismo desde los orígenes, confiesa que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esas divinas personas coexisten eternamente, distintas, unidas, igualmente eternas e infinitas. Ellas son simultáneas, de tal forma que no existe ninguna anterioridad, subordinación o posterioridad entre ellas. Parecería que estamos ante tres dioses (triteísmo), forma suave de politeísmo (muchos dioses). Alegre representación.

Existen, sí, los tres distintos, pero entre ellos rigen tales lazos de vida, tal entrelazamiento de amor, tal juego de relaciones eternas, que los tres se unifican. Son uno solo Dios-comunión, Dios-relación, Dios-amor. El universo constituye un desbordamiento de esta diversidad y de esta unión. El mundo es así complejo, diverso, uno, entrelazado e interconectado porque es espejo de la Trinidad. Dios despunta en cada ser, aparece en cada relación, irrumpe en cada eco- sistema. Pero principalmente se sacramentaliza en la vida de cada persona humana, pues en ella encontramos la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad como concreciones distintas de nuestra única y entera humanidad. Somos una sola vida y comunión realizadas distintamente, siendo unos y múltiples en analogía con el misterio del Dios trino.

d. El Espíritu Santo inhabita el cosmos y el corazón humano

Las reflexiones que hicimos dejaron en claro que nuestro cosmos está constituido de energías en permanente integración. Ellas toman forma más densa en el sistema de vida, pues la vida es energía en altísimo grado de complejidad y en relación consigo misma. Esa vida se concretiza en mil formas, desde el movimiento primitivo de la materia/energía original, hasta su expresión autoconsciente del ser humano. La tradición cristiana posee una categoría para entender la realidad como energía y como vida. Es la figura del Espíritu Santo. El es, por excelencia, el Spiritus Creator. Actúa en todo lo que se mueve, hace expandir la vida, suscita los profetas, inspira a los poetas, inflama a los líderes carismáticos y a todos llena el corazón de entusiasmo

El Espíritu, según el testimonio de las Escrituras, plenifica el universo y renueva constantemente la estructura del cosmos. El inhabita su creación semejante al Hijo que se encarnó en la humanidad de Jesús. Los cristianos no tienen dificultad en concebir la encarnación por la cual el Hijo de Dios se hace hombre y convive con el dramático destino humano. Profesamos también la presencia cósmica del Cristo resucitado, actuando en el proceso de evolución, como lo proclamó genialmente Teilhard de Chardin con su evangelio del Cristo cósmico. Pero somos poco sensibles a la inhabitación del Espíritu en la creación. El Espíritu hizo del cosmos su templo, el lugar de su actuación y manifestación. Acogiendo la inhabitación, los cristianos podrían desarrollar una actitud distinta de cara al universo creado biótico y abiótíco. Surgiría una espiritualidad espontánea, cósmica y ligada a los procesos de la naturaleza y de la historia. Integraríamos más fácilmente lo femenino y la mujer, pues ella está mucho más próxima que el hombre del misterio de la vida. No sin razón la mujer María, madre de Jesús, guarda una relación única con el Espíritu, pues El armó su tienda sobre ella (Lc. 1,35), divinizando para siempre lo femenino. 

Contemplando el correr del tiempo, contemplamos la acción del Espíritu en el mundo. Bien decía un poeta que vivía esa mística de la omnipresencia del Espíritu: “El Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en los animales, sabe que está despierto en los hombres y siente que está despierto en las mujeres”. Hay aquí una intuición certera de la ubicuidad cósmica del Espíritu, como es testimoniada por tantos místicos de las culturas originarias como lo manifiestan los indígenas Sioux de los Estados Unidos, los Bororos del Brasil y otros maestros de la tradición Zen del Oriente. En los Padres de la Iglesia latina y griega del siglo IV y V, particularmente en los dos Gregorios (Nacianceno y de Nisa), San Basilio y San Pedro Damián, encontramos con frecuencia las expresiones del “Spiritus ubique diffusus” (el Espíritu penetrándolo todo). Tales visiones nos ayudan a alimentar una mística ecológica, Estamos sumergidos en un océano de vida, de espíritu, de vibración y de comunión. Formamos un todo en el Espíritu que, como el hilo de un collar de perlas, une todo, atrae todo hacia lo alto, en la dirección de una comunión plena en el Reino de la Trinidad.

e. Pan-en-teísmo cristiano: todo en Dios, Dios en todo

La ubicuidad cósmica del Espíritu nos permite recuperar una antigua idea cristiana que viene a reforzar nuestra espiritualidad y enriquece la lectura teológica de la ecología: el pan-en-teísmo. De entrada debemos distinguirlo del panteísmo. El panteísmo sostiene que todo es Dios. La energía primordial, los átomos, las piedras, las montañas, las estrellas y el ser humano son parte de la divinidad. Las cosas, los seres vivos y personas son otras apariciones de la misma y única realidad subsistente: Dios. Según el panteísmo, las cosas no son cosas, no poseen autonomía, son concreciones y otros sinónimos siempre del mismo Dios cósmico y universal. 

El pan-en-teísmo comienza distinguiendo, si bien siempre relacionando, a Dios de las criaturas. Uno no es lo otro. Cada cual posee su autonomía relativa, es decir, siempre relacionada. Todo no es Dios, pero Dios está en todo. Es lo que sugiere la etimología de la palabra, que Dios está presente en todo. Hace de cada realidad su templo. Y viceversa, todo está en Dios. A él nunca vamos, de él nunca salimos, pues estamos siempre en él, por cuanto “en El vivimos, nos movemos y existimos” (Hech. 17,28).

El pan-en-teísmo permite abrazar el universo con sumo afecto porque abrazamos al propio Dios-Trinidad. De esta experiencia nace una nueva espiritualidad integradora, holística, capaz de unir el cielo con la tierra. Bien decía Albert Einstein. “Sostengo que el sentimiento religioso cósmico es la motivación más fuerte y más noble de la investigación científica”. No solo de la investigación, sino de una existencia abierta, sin miedo al cuerpo y a la materia con su peso y su fulgor. El mundo no es sólo un puente hacia Dios. Es el lugar de la veneración y la casa del encuentro con Dios. Porque eso es verdad, se entiende la afirmación del mayor místico del Occidente, el Maestro Eckhart: Si el alma pudiese conocer a Dios sin el mundo, el mundo jamás habría sido creado”. El mundo y nosotros dentro de él existimos para facilitar a Dios tener compañeros en su superabundancia y para que nosotros podamos ser divinos en nuestra creaturalidad.

6. El arquetipo occidental de la actitud ecológica: S. Francisco de Asís

En el fondo, los pensamientos sólo son verdaderos cuando se concretan en las biografías de las personas y en los movimientos históricos. En nuestra cultura occidental tenemos una figura que se transformó en arquetipo de una confraternización ejemplar con la naturaleza: Francisco de Asís. En razón de eso, fue proclamado patrono de la ecología.
 
La originalidad de San Francisco reside en el hecho de haber conseguido una síntesis feliz entre la ecología interior y la ecología exterior, es decir, dio origen a una fascinación mística cósmica. Los biógrafos del tiempo, Tomás de Celano, San Buenaventura y los textos de sus compañeros inmediatos (Leyenda de los tres compañeros, Leyenda de Perusa y el Sacrum commercium) son unánimes en afirmar la profunda empatía que mantenía con todos los seres de la creación. Francisco era un poeta genial, capaz de sentir el corazón de las cosas, descifrarles el mensaje ontológico y sentir, por connaturalidad, los lazos que nos prenden unos a los otros y al corazón del Padre. No vivió solamente la mística de la filiación divina; descubrió los desdoblamientos de esa verdad teológica. Si somos hijos e hijas, entonces somos hermanos y hermanas. Así llamaba con el dulce nombre de hermano y de hermana al sol y la luna, al fuego y el agua, a las hierbas dañinas y hasta a las enfermedades y la muerte.

A partir de esa mística de confraternización universal, trataba a todas las cosas con sumo respeto y veneración. Pedía a los hermanos que no cortasen totalmente los árboles, para que pudiesen brotar nuevamente; en invierno daba miel a las abejas porque sufría víéndolas nerviosas y hambrientas. En él irrumpió la ternura como actitud fontal en el encuentro con todas las alteridades. En él predominaban el Eros y el Pathós (capacidad de sentir y de vibrar ante el valor de las personas y las cosas) por encima del Logos (estructura de comprensión de la realidad). El corazón ganó con él su derecho como forma sutil y profunda de conocimiento. El conocimiento cordial no nos distancia de las realidades, nos posibilita establecer comunión y amistad con ellas. Esa era la ecología exterior en San Francisco.

Pero él también elaboró toda una ecología interior (ecología mental). En sus escritos, oraciones e himnos se percibe el entusiasmo y el brillo que el universo producía en su experiencia del mundo y de Dios. En el final de su vida compuso el cántico del hermano sol, pieza del más alto éxtasis cósmico. Compuso su himno cuando ya estaba ciego y extremadamente enfermo. Canta al sol y a la luna, al viento y al agua, al fuego y la tierra, elementos que ya no veía con los ojos. Pero estaban en su interior como símbolos y arquetipos de absoluta integración. El himno celebra el matrimonio cósmico del cielo y la tierra, del ser humano que está junto a todas las cosas con el Dios solar que irradia en el fondo de su corazón. Bien escribió el filósofo Paul Ricoeur: “Yo me auto-expreso al expresar el mundo y exploro mi propia sacralidad cuando intento descifrar el mundo”. San Francisco es testimonio de esta verdad ecológica.- Nunca se vio en Occidente tanta suavidad y tanta ternura, como forma de vida y manera de integración, como en San Francisco de Asís. Por eso él continúa como referencia cultural para todos aquellos que buscan una nueva alianza con la creación. Dante lo llama “Sol de Asís” que continúa brillando hasta en los días actuales, despertando en nosotros aquellas potencialidades adormecidas que nos hacen más sensibles, solidarios, compasivos con todos los seres del cosmos. San Francisco nos muestra, finalmente, que la opción por los pobres y por los más pobres (los hansenianos y sidáticos), opción que lo transformó en el Poverello, se puede compaginar con la ternura, con la creación. Es el mismo amor que lo lleva a los hansenianos y al lobo de Gubbio, que lo hace abrazar al pobre de los caminos y hablar con los pajaritos. El sabe que el mundo es el reino de las desigualdades (regio dissimilitudinis), pero no por eso deja que la amargura gane su vida, La poesía, el canto, la danza y el amor sin límites tienen su fuerza propia de transformación. Un Dios lúdico y placentero es libertador principalmente de los pobres.

Con San Francisco rescatamos la convicción de que el paraíso no se perdió totalmente y que podemos retornar a él para cumplir la vocación divina testimoniada en el Génesis: nuestro lugar es el jardín del Edén para cultivarlo con cariño y guardarlo con el corazón en la mano. 

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