lunes, 11 de julio de 2011

Recension: La otra dimensión (Juan Luis Ruíz de la Peña)



Escatología
La Otra Dimensión
Juan L. Ruiz de la Peña


Temporalidad y futuro de la persona

El tiempo, duración específica de los seres materiales, se articula en una triple dimensión: pasado, presente y futuro. Es conocida la distinción bergsoniana entre tiempo pasado y tiempo vivido. El primero es el tiempo de las ciencias exactas o tiempo físico. Es éste un tiempo en que solo existe realmente el presente, pues el pretérito ya fue y el futuro todavía no es.

La esperanza, vivencia cristiana del futuro

La Palabra de Dios contiene una promesa que garantiza el futuro humano, como futuro absoluto y plenificador; la forma originalmente bíblica de vivir hacia él es la esperanza.

Libertad es sinónimo de liberalidad. La esperanza que, no es mera expectación de un futuro neutro, sin ulterior cualificación, sino del futuro consumador.

En hebreo la idea de esperanza se expresa en un campo semántico variable rico en matices, que incluye: la expectación anhelante de la intervención salvífica de Dios por parte del justo; la confiada certidumbre con que el creyente se pone en mano de Dios; la percepción de Dios como refugio seguro, la visión optimista de un desenlace final de la historia que cumple las promesas. El fundamento de éste talante de serena confianza ante el porvenir es: el mismo Yahvé, que puede incluso ser llamado "esperanza": la palabra (la promesa) de Yahvé.

En el NT las referencias al futuro de los creyentes significan con verbos como esperar, vigilar, preservar pacientemente. La expectación de la salvación escatológica es vivísima, ha de ser sostenida con paciencia y vivida en vigilancia y confianza. Todo lo cual es posible en Cristo, porque en él Dios ha cumplido ya su promesa y nos ha mostrado su amor y fidelidad. Así pues, el fundamento de la esperanza neotestamentaria, es no ya una palabra divina o una incorrecta promesa, sino la propia historia singular y personal de Jesús. En su resurrección quedan patentizados el poder y la fidelidad de Dios como cumplidor de la promesa. La esperanza no es ahora expectación de una novedad sin precedentes, sino que tiende a acentuar lo que falta en éste proceso abierto en y por Cristo.

Nos hallamos frente a una idea fuertemente teocéntrica: Dios mismo es el fundamento y el objeto de la esperanza. El creyente situado frente al futuro, lejos de poner su confianza en sus propios recursos, la alimenta con la certidumbre de la fidelidad divina.

¿Espera o esperanza?

La espera puede ser referida a objetivos fáciles o seguramente alcanzables. La esperanza, en cambio, remite a "un bien arduo", como ya notó la teología medieval, algo que escapa al control de quien espera. El objeto de la esperanza no puede ser fabricado por su sujeto: "la única esperanza auténtica es la que se dirige hacia algo independiente de nosotros. La espera atañe al ámbito de lo trivial, de lo sustituible o, en todo caso, de lo no decisivo. La esperanza mientras, por el contrario, el sustrato último de todas las esperas; su pérdida es la desesperación. La esperanza se advierte en ella una oración al ser y al no tener.

La esperanza no es incompatible con las esperas, ni debe evacuar el interés por los logros al alcance de la persona. Espera-esperanza no suponen, como correlatos respectivos, actividad –pasividad. El único modo como el creyente puede "dar razón de su esperanza" es verificándola en la historia, esto es haciéndola veraz: "el presente carece de futuro, si el futuro no actúa en el presente".

El cristiano que vive el futuro proyectable como mediación del futuro absoluto, ha de testificar ante el mundo su esperanza participando activamente en lo que el mundo espera. Cierto es que la esperanza relativiza la espera, de forma semejante a como el futuro absoluto desvela la relatividad de los futuros contingentes.

En el fondo hay una visión docetista de la relación Dios – Persona que olvidaba que es el mundo el único posible horizonte de esta relación, en cuanto la historia va hacia su fin. Quien no niegue que a la persona le es posible y necesario encontrarse, ya ahora, con Dios, no podrá negar que ese encuentro necesario tan sólo es posible en los encuentros con su analogatum creado. De forma paralela, los cumplimientos inmanentes han de ser vistos por el cristiano como etapas hacia el cumplimiento trascendental que nos ofrece la esperanza. Tal cumplimiento trascendente porque es real, opera retroactivamente desde el futuro absoluto en el marco de los futuros contingentes. Este cumplimiento trascendente no es mera suma de los cumplimientos inmanentes, por eso, sólo la esperanza responde a las expectativas últimas de la persona; el testimonio de la Escritura es inequívoco a éste respecto. Es la esperanza la que evita que las esperas se corrompan en el absurdo.

El concepto de Escatología

La escatología versa sobre el futuro de la persona, pero no cualquier futuro, sino sobre el futuro absoluto, sobre lo último de la persona. La escatología es una reflexión creyente sobre el futuro de la promesa aguardado por la esperanza cristiana.

El saber escatológico le interesa, a la persona no ya para saciar su curiosidad sobre lo que suele llamarse "el más allá", sino más bien para interpretar su "más acá". La Escatología cumple la función hermenéutica de dilucidar el presente en la prógnosis esperanzada del futuro. La Escatología no se evade del presente pues se ocupa de:


a) de lo que da sentido al presente ayudando en su comprensión y vivencia responsable; 


b) de lo que se está gestando en el presente. Es éste punto el que ha de retener ahora la atención mayor.




Venimos hablando de una dinámica continuidad - ruptura, por una parte, el futuro es novedad improyectable e indescriptible. Por otra parte, se ha dicho también que la salvación, objeto de nuestra esperanza, no es para el NT una magnitud exclusivamente futura puesto que en Cristo tenemos ya su real anticipación.

Si el futuro trascendente verdaderamente nos atañe debemos de percibirlo en la mediación categorial de los futuros históricos, que ciertamente no lo agotan, pero sí lo profetizan en cuanto analogata del absoluto.

La escatología cuenta con dos buenas razones que se complementan mutuamente para justificar su existencia: la salvación en Cristo y el elemento de continuidad propia. Por eso la escatología puede contar con un lenguaje inteligible; porque "no habla del futuro" en general. Arranca de una determinada realidad histórica y enuncia el futuro de ésta. La escatología cristiana habla de Jesús y del futuro de éste.

La escatología es un sector ineludible de la antropología teológica desde el momento en que ésta comprende a la persona como ser histórico, a un ser de éste tipo le corresponde el pronóstico del futuro en cuanto momento interno de su presente. La escatología es una cristología desarrollada cuanto pueda decirse sobre el futuro absoluto desde la esperanza está prefigurado en el acontecimiento central de la historia que es Jesús, Jesús según nos dice San Pablo es el fundamento de nuestra esperanza y simultáneamente, el contenido de la misma, puesto que es el lugar donde todas las promesas de Dios han tenido su sí y su amén.

Las reducciones de la escatología

a.   La escatología se ocupa del futuro, por lo tanto no es escatología la reducción del futuro a un presente atemporal, tal y como acontece en Bultmann.

La escatología se ocupa del futuro, pero de un futuro entendido no ya temporalmente sino existencialmente. Para Bultmann el que la persona sea un ser histórico significa que le es posible moverse hacia un horizonte distinto de aquél en el que, en el momento actual, se halla encuadrada su existencia. Esto acontece cuando la persona escucha la llamada de Dios, en esa respuesta afirmativa a la llamada es que tiene lugar la fe, que supone un avance en cuanto al pecado y un ingreso a la esfera del totalmente otro.

b.   La escatología se ocupa del futuro absoluto, por tanto no es escatología la reducción del futuro a un futuro intramundano, ensayada en los diversos modelos de futorología inmanentista. Esta escatología está muy ligada con la fe en el progreso.

El futuro esperado ha de trascender la historia para convertirse en victoria al alcance de cada persona, esta victoria está por encima de la culpa, de la muerte, la plenitud de la persona, de la sociedad y del mundo. La escatología cristiana posee la certidumbre de esta consumación universal, y desde estar certidumbre, desautoriza las promesas parciales de las futorologías seculares. Debemos de recordar que la esperanza cristiana es tan universal como personal, que las promesas atañen a la persona en su totalidad.

Origen y desarrollo de la escatología en el Antiguo Testamento

La persona existe como ser histórico abierto al mundo y a sus posibilidades y en la expectación de un futuro plenificador. Nos toca mirar cuál es el sentido de la promesa y de su cumplimiento en el pensamiento bíblico de la idea de fin, todo esto mirándolo desde el espejo de AT.

Haciendo un poco de resumen, nos aparece en éste libro de Juan Ruiz de la Peña una referencia al libro del profeta Daniel, en donde se recapitulan las sucesivas etapas de la esperanza del pueblo de Israel, aparecen los términos de alianza, Reino de Dios, mesianismo, oráculos proféticos, etc. Como un gran cuadro sintético que contempla ya toda la historia pasada, como un proceso histórico dirigido por Dios que se cerrará con su intervención decisiva al final de los días. Se entiende el don de Dios no como algo perteneciente a la historia, aunque la haya utilizado para comunicarse parcialmente, sino que el don de Dios procede de lo alto. El Dios de la promesa no se agota con la historia, la trasciende. Se puede decir que la promesa y el Dios de la promesa coinciden. Se nota que el objeto de la promesa de Dios no es un cierto número de bienes materiales, sino que su elemento molecular central es la relación religiosa entre Dios y la persona, a quien se orienta la alianza. Dios será el Dios se la persona, como las personas serán el pueblo de Dios, éste elemento está presente durante toda la teología de la promesa que se va desplegando en la conciencia de Israel, y que constituye el motor de su dinamismo religioso. Para la esperanza de Israel el propio Dios es su éschaton.

Ya hemos visto como la fe de Israel es fundamentalmente una religión que interpreta la historia a la luz de la clave hermenéutica de la promesa, la promesa garantiza a la fe una consumación final de alcance universal. Pero también debemos de recordar que la persona también se interroga por el fin de la historia y decir que la historia termina para la persona particular cuando termina su existencia. La vida está cuestionada constantemente por la muerte en cada persona, pero en la medida que la promesa se cumple a nivel personal en cada persona, la esperanza le será posible a la persona concebirla, ambas realidad existirán en la persona dando lugar a una resistencia sobre la realidad de la muerte.

El problema de la retribución en el Antiguo Testamento

Ahora nos encontramos con el problema de la retribución del bien y el mal, que llegan con el Libro de Job y el Qohelet a un punto muerto. La esperanza puesta en una sensación temporal ha sido demolida por la objetividad de estos dos sabios, quienes no nos ofrecen una alternativa para un cambio, su obra podría en un primer momento parecer como un tanto negativa. Hay dos puntos que debemos de tomar en cuenta a la hora de hacer una idea sobre su doctrina que son: 


a) el realismo con que aceptan los hechos, Job y el Qohelet plantean a la conciencia religiosa de Israel la necesidad de abrir su esperanza a una dimensión trascendente, no se puede hacer a Dios responsable de una injusticia universal; 


b) aparecen en estos dos libros destructores de la teodicea clásica de Israel. Dios puede parecer lejos, pero está ahí, la incomprensibilidad de Dios y del mundo no infiere en su negación. La realidad de Dios en estos dos libros es más fuerte que la angustia o que su escepticismo. Para esto ellos son capaces de crear una crisis en el pensamiento del pueblo de Israel. La fe en Dios no nace de una consideración racional acerca de la contingencia del mundo, ni de una exigencia ética de la retribución, ya que el Dios creador y remunerador no es un dato el concepto bíblico de Dios, ya que éste se apoya fundamentalmente en la vivencia existencial de la comunión con él en el tiempo y en la historia.

En todo éste tema de la retribución queda algo bastante claro y es que el elemento fundamental de la vida de la persona es el ideal de la comunión con Dios. Es Dios quien se va abriendo camino en el alma de Israel, todo gira alrededor de esa unidad vital de comunión con él. De esta forma podemos decir que la teología de la promesa y la retribución, o la escatología colectiva y la individual tienen dos dimensiones complementarias de un movimiento cuya única meta es Dios. La esperanza cristiana encuentra su cumplimiento definitivo en la comunión eterna de la vida divina.

La escatología del Nuevo Testamento

Ahora nos planteamos el problema hermenéutico de la doctrina escatológica del NT, éste problema es el ya de la salvación presente en Cristo, y el todavía no de su consumación.

En éste problema hermenéutico tenemos a tres personajes importantes y que nos dan luz para ir mirando la realidad del mismo: 


a) Schweitzer, que nos dice que Jesús anunció el reino de Dios como magnitud estrictamente futura: es la teoría llamada "escatología consecuente";  


b) Dodd, quien nos dice que Jesús anunció el reino de Dios como actualmente presente y no predijo en absoluto una dimensión futura del mismo, es la llamada "escatología realizada"; 


c) Bultmann, quien nos dice que la temporalidad no pertenece a la esencia del mensaje escatológico cristiano, éste no se centra en el presente o el futuro del reino, sino en la situación de decisión, que trasciende la temporalidad, y que origina una escatología atemporal o supratemporal.





Se nos plantea el que Jesús anuncia la llega del reino con un anuncio tremendamente alarmante para la mentalidad del pueblo judío: "el reino de Dios está cerca". También se nos presenta la diferencia entre el anuncio de Juan el Bautista y Jesús, el primero anunciaba la venida inminente del reino, mientras que Jesús manifiesta su cumplimiento de la promesa su actuación se mueve en la línea de los oráculos mesiánicos realizados: Dios ha entrado ya en la historia, el poder del demonio empieza a caer. El reino de Dios se consumará en el futuro, es otro de los sustantivos de la doctrina en torno a la escatología.

La persona y la obra de Cristo hacen presente un reino que es cumplimiento de las promesas, pero que no está consumado. La consumación del cumplimiento ha de ser esperada para el porvenir. En la dimensión futura del reino juega un papel importante la palabra eón, en el lenguaje de la apocalíptica judía representa, siglo presente, siglo futuro.

Jesús habla por medio de parábolas como por ejemplo la parábola de la vigilancia, que invita a la persona a estar atento a la llegada del reino que no tiene hora ni fecha, invita a estar vigilantes. Todas las parábolas presentan el mismo cuadro: la expectación ante una venida que consumará la historia: el desconocimiento del momento de tal venida, la exigencia de constante vigilancia.

El carácter futuro del reino de Dios predicado por Jesús está avalado por un número de textos que de admitirse la teoría de la escatología realizada, tendríamos que desechar gran parte de los evangelios sinópticos. Jesús enseña a sus discípulos a orar por la venida del reino, a estar preparados para recibir al Hijo del Hombre, título con que se desvela su autoconciencia de consumador escatológico del mismo reino que él ha inaugurado en su actividad salvífica.

La tensión entre el ya pero todavía no deriva del mismo Jesús. Jesús reconoce que debe haber una continuación de la misión evangelizadora y esperanzadora de la consumación del reino de Dios, y esta es la razón de la comunidad primitiva, la exigencia en el seguimiento y la fidelidad a Jesús, se necesitaba una ética, una exigencia, un talante de expectación. El hecho de que éste tiempo intermedio se hiciera más amplio de lo que Jesús pudo prever en vida no modificaba para nada la estructura de su concepción escatológica.

A partir de aquí surge el término de la proximidad de la parusia de Jesús, ya que el destino de la historia se ha decidido en la persona, la vida y la muerte de Jesús, esto indica que nada importante nos puede separar del fin, éste fin puede acaecer en cualquier momento, estos días serán marcados por "el inminente día del Señor", que constituyen los últimos tiempos.

Teología sistemática

La Parusia

La expectación escatológica de la primera comunidad cristiana se orienta a un acontecimiento finalizador de la historia en un doble sentido: finalizador porque otorga a ésta una finalidad y porque le impone un término, la palabra que se designa cuando se habla de éste acontecimiento es Parusia.

Esta parusia o venida de Cristo concluye y consuma la historia en cuanto historia de salvación. El NT utiliza un sin número de términos para designar éste acontecimiento que son muy variados, pero nunca pierden la referencia a la totalidad del mismo, los términos mas utilizado son: el día del Señor ( I Ts 5, 2; II Ts 2, 2), noche, luz, tinieblas, Epifanía, apocalíptica, manifestación, están los signos de la parusia, ya que el NT no se limita a proclamar y esperar la parusia de Cristo, sino que alude a diversos signos que la precederán, como por ejemplo el signo del enfriamiento de la fe por Lucas al final de la parábola de la viuda y el juez inicuo (Lc 18, 1-18).

G. Greshake, sostiene que la muerte –resurrección de cada persona es un fragmento de mundo y de historia que llega hasta Dios, quien de éste modo va extendiendo su reino. Sobre el acontecimiento final del día del Señor Greshake piensa que el dato último día no es doctrina vinculante a la fe, sino que es un simple theologoúmenon. Hay que pasar de una visión apocalíptica a una visión existencial, el último día es el día de la muerte de cada cual. Este autor concluye que las afirmaciones de fe sobre una consumación de la historia y del mundo no son idénticas con la afirmación de un término del mundo, ya que se debe entender la consumación como un indefinido y dinámico proceso de tránsito de éste a aquél eón, por esto no es menester postular un término.

Este hombre nos presenta una humanidad, una Iglesia, sin futuro, sin meta alguna ni consumación porque meta, futuro y consumación según éste autor conciernen a la libertad de la persona no a la colectividad.

Se hace imprescindible evitar una impresión de que lo aguardado al final de los tiempos es un conjunto de sucesos plurales (parusia, resurrección, juicio, nueva creación) independientes entre sí. No se trata de una multiplicidad de eventos distintos e inconexos, la célula generadora del verdadero éschaton es la parusia, Epifanía de la realeza de Cristo por una parte y la consumación de su obra, por la otra.

El juicio final, en cuanto a decisión acontece pues en el ahora de la responsabilidad, tal juicio posibilita y funda la índole personal del ser humano, la persona es el ser responsable, el dador de respuesta. No se puede concebir la personalidad al margen de la responsabilidad y sólo se da auténtica responsabilidad allí donde se impone la rendición de cuenta. Ser responsables es tener siempre alguna responsabilidad para con alguien.

El juicio como crisis, no es en suma un proceso jurídico a celebrar en el éschaton se está llevando a cabo en la respuesta de la persona a sus responsabilidades históricas. El juicio escatológico es primariamente acto de salvación, y segundamente acto judicial, por cuanto la Epifanía del señorío de Cristo constituye la pública revelación del contenido real de la historia y del alcance irreversible de las opciones en ella operadas.

La resurrección de los muertos

La resurrección de Cristo ha ratificado el significado categórico de la esperanza: Dios no abandona a sus elegidos al poder de la muerte. El NT ha proclamado con esperanza específicamente cristiana la resurrección que el autor de la carta a los hebreos enumera entre "los temas fundamentales de la catequesis"(Heb 6, 1-2). En éste tema hay dos concepciones en la comunidad paulina de Corinto, podría tratarse de la negación del carácter encarnatorio y escatológico de la resurrección, que según entendía el espiritualismo presentista, la resurrección ya ha acontecido. Pablo refuta esto revalidando el significado de suceso del pasado: Cristo murió y fue resucitado, éste es el evangelio del Apóstol, éste es el único por el cual se puede llegar a la salvación.

En éste tema aparece en la doctrina de los padres de la Iglesia la postura y teoría de Orígenes que establece una distinción entre "cuerpo" y "carne", se debe afirmar que resucitan los cuerpos como cuerpos espirituales. La identidad entre el cuerpo presente y el futuro no se basa en la continuidad de la misma materia, puesto que ni siquiera en la presente existencia se da tal identificación, nuestra sustancia carnal de hoy no es la de hace años, la identidad del cuerpo resucitado se funda en la sostenida permanencia del eidos (figura) que ya ahora salvaguarda la posesión de un mismo y propio cuerpo a través de las incesantes mutaciones de su materia.

Con Orígenes y las controversias a que dio lugar su peculiar concepción del cuerpo resucitado se cierra el ciclo creador de la Patrística acerca de éste tema.

La esperanza escatológica cristiana escoge un justo medio entre el espiritualismo dualista, para el cual el mundo es malo y debe ser destruido y el materialismo monista, que ve en el cosmos una fuente de progreso permanente e inmanente y piensa en una humanidad prometeica, capaz de llegar por sí misma al vértice de su consumación. Frente a la tesis espiritualista, el cristiano cree que el mundo y el progreso no están consagrados a la destrucción, sino a una última y definitiva promoción. Frente a la utopía del progreso indefinido, el cristiano afirma que la consumación supera las virtualidades inmanentes, es don de Dios.

En base a esta trascendencia del éschaton, se siente autorizado a ejercer una constante función crítica de las realizaciones intramundanas, puesto que ninguna de ellas se identifica con el futuro que le promete su esperanza. Esta reserva escatológica, no ha de empañar la sinceridad y operatividad de su compromiso temporal, como repetidamente ha señalado la Gaudium et Spes, el creyente sabe que el inmenso esfuerzo de transformación del mundo, lejos de caer en el fondo perdido de una pretendida conflajelación cósmica, dispone los materiales con que Dios levantará la nueva creación. La dialéctica identidad – diversidad, propia de todo enunciado escatológico, encuentra aquí su más crítico planteamiento como se evidencia en la paradójica formulación de Schillebeeckx: "el cristianismo radicaliza y relativiza a la vez la construcción de la ciudad humana".

La vida eterna

Ya decíamos que la parusia impone término a la historia, llevándola a su plenitud: la nueva creación es el marco de una nueva humanidad, surgida de la resurrección de los muertos. Con ese tema de la vida eterna se trata de dar respuestas a muchas interrogantes sobre el objetivo último de la Alianza, la configuración definitiva de la promesa, el estadio escatológico de los bienes salvíficos que Cristo nos ha otorgado. Por medio de la fe resucitaremos a la vida eterna, que en términos de lugar y espacio sería el cielo.

En esta parte tenemos el tema de la visión de Dios que es prometido por Jesús a los limpios de corazón.

La vida eterna ya es poseída por la fe, según San Juan, quien cree en Cristo tiene la vida. Cristo es la fuente de la vida, que estaba en él desde su preexistencia como Verbo. El don de la vida tiende por su propia naturaleza a la definitividad es decir a la vida eterna, pero durante la existencia temporal terrena puede perderse por desaparición de la fe o por atentado contra el amor fraterno.

La vida eterna consiste en que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. El ser con Cristo, como la visión de Dios (vida eterna) están marcada por un cristocentrismo: ver –conocer a Dios es ver a Cristo tal cual es (I Jn 3, 2). Tener la vida es creer en Cristo, escuchar su palabra o comer su carne. La participación del ser de Dios, en suma que constituye el ver a Dios o poseer la vida eterna, se nos da en la participación del ser de Cristo.

La visión de Dios, es pues ser-con Cristo, es la plena comunicación del don de su vida lo que hace de la persona partícipe de la esencia divina, esto es del ser de Dios, cuya plenitud se localiza y se hace comunicable exclusivamente en el Verbo encarnado (Col 2, 9). La comunión personal con Cristo (ser - con - Cristo) es comunión personal con el Hijo.

La muerte eterna

Tanto la vida eterna como la muerte eterna no se sitúan dentro del mensaje cristiano a un mismo nivel, no es una suerte de doctrina de dos caras. Según la fe cristiana la historia no tiene dos fines, sólo tiene uno y esa es la salvación, que es por consiguiente el objeto propio de la escatología.

Este tema está atravesado por dos grandes corrientes que son, por un lado la de considerar la muerte eterna como una verdad de rango idéntico a la de la vida eterna y la de entropizar toda posibilidad real de condenación a favor de una salvación sin excepciones.

Tanto la teoría de la apocatástasis entendida como certeza absoluta de una salvación predicable universalmente de la colectividad humana y de sus singularidades, como la eventualidad de una aniquilación de los pecadores, privan de significado la revelación de la muerte eterna; convierten la historia en un proceso mecánico de divinización de la criatura, en el que Dios es el único autor y actor responsable; erosionan la cabal envergadura de la índole personal de la persona, por otra parte la atribución a Dios de la existencia del infierno incide en un predestinacionismo extraño al evangelio, sólo la persona, no Dios puede darse a sí misma la muerte eterna, a la inversa Dios le da a la persona la vida eterna el infierno puede existir sólo por fabricación humana, como el cielo sólo puede existir como autodonación divina.

La muerte

Ante la muerte el enigma de la condición humana llega a su punto culminante, porque no solo es atormentada la persona por el dolor y el sufrimiento sino por el temor d su desaparición perpetua (GS 8).

El NT introduce en el pensamiento bíblico un hecho nuevo, que acelerará el proceso de evolución de las ideas sobre el destino posmortal de la persona. El hecho nuevo es la persona de Cristo, su resurrección de ente los muertos consagrará de forma imprescriptible el carácter escatológico de la esperanza ultraterrena, anunciada ya por el AT. Pero a la vez Cristo proporciona la certeza de que la salvación no es un bien exclusivamente futuro, estrictamente escatológico, en el sentido temporal del término. Lo anunciado por el NT ya no es algo meramente por venir en un futuro indeterminado, como subraya Lc 23, 42-43, el pensamiento judío y el cristiano en torno a la situación de los difuntos difieren profundamente.

El purgatorio

Este tema reviste un indudable interés ecuménico, por ende el estudiarlo supone una exposición de los elementos de la fe católica en torno a la misma y qué motivos impulsaron a otras Iglesias cristianas a no admitirlas.

Las expresiones el día – el fuego pertenecen a bien conocidas imágenes apocalípticas del juicio final. Entender el día como designación de un presunto juicio particular, y el fuego como la expiación penal del purgatorio, es violentar el sentido de los textos.

La más importante de las ideas sobre éste punto es el verdadero lugar teológico de la doctrina, es la de la responsabilidad humana en el proceso de la justificación que implica la necesidad de una participación personal en la reconciliación con Dios y la aceptación de las consecuencias penales que se derivan de los propios pecados.

Poco habríamos adelantado con reducir el purgatorio de ser un lugar a un estado, si no nos decidiéramos a trasladar la realidad purificadora de éste estado el encuentro del pecador aún no purificado con el kyrios que se le aparece para juzgarlo. El purgatorio es una dimensión del juicio en cuanto éste encuentro del pecador con el rostro de llamas y los pies de fuego de Cristo (Apo 1, 14). Atribuir al estado de purificación una duración temporal es el resultado de trasponer a una dimensión de extensión, lo que concierne a la dimensión de intensidad.

El problema del estado intermedio

La escatología cristiana comprende una doble dimensión la colectiva y la singular o personal. Son dos los conceptos básicos que maneja éste representación tradicional: el concepto de alma separada; el concepto de una duración extensa, coextensiva y paralela al tiempo histórico, que se intercalaría entre la muerte y la resurrección.

La idea de resurrección implica la identidad del ser humano resucitado con el ser humano histórico. Es el mismo yo que ha muerto el que resucita de entre los muertos.

La teoría del estado intermedio es espiritualista y acósmica, habla de una felicidad puramente espiritual, sin cuerpo y sin mundo, sin conexión con el cosmos que entre tanto suspira aún bajo su destino mortal. La dogmática debe rechazar con decisión una tesis que ha servido de guarida secular a las desviaciones platónicas, dualistas e individualistas de la escatología helenizante. Si se quiere acabar con estas desviaciones, es preciso despedirse para siempre del estado intermedio.

En cuanto a las reflexiones conclusivas existen diversas corrientes entre ellas están:

a.   Muerte y resurrección están separadas por una duración extensa (estado intermedio), cuyo sujeto es el alma separada. Es la explicación tradicional; entre sus actuales defensores se encuentran Ratzinger, Pozo, Ziegenaus y otros.

b.   Resurrección en la muerte e inexistencia de un término de la historia y por ende de todo tipo de estado intermedio.

c.   Resurrección incoada en la muerte y consumada en el éschaton, el acontecimiento muerte – resurrección no es desdoblable en dos instantes sucesivos, ocurre sin solución de continuidad, es un evento único en el que los dos aspectos se dan simultáneamente.

d.   Resurrección en un éschaton distinto pero no distante en sentido cronológico, de la muerte. La muerte supone para la persona el término de su situación histórica. El instante de la muerte es distinto para cada persona, pues se emplaza en la sucesividad cronológica de nuestros calendarios, pero el instante de la resurrección en cambio es el mismo pata todos. 


Yudelka Acosta Tifás
Fr. José Hernando,OP 
Convento PP. Dominicos  Abril de 2000


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