lunes, 11 de julio de 2011

Parábolas (Yudelka Acosta)

I.     La importancia de las manos


Un maestro budista estaba instruyendo a sus discípulos acerca de la importancia de cada una de las partes de su cuerpo. Y les iba preguntando uno por uno, ¿cuál o cuáles crees tú que son los miembros más importante de todo su cuerpo? Y fueron contestando uno tras otro y todos coincidían en que su corazón, ya que allí afloraban, anidaban y crecían todos los sentimientos y era el motor que los movía a actuar. El maestro hizo silencio por un momento y después levantó la mirada llena de ternura y de una calidez y les dijo no creen ustedes que también sus manos tienen igual importancia?

Los discípulos se miraron unos a otros no sabiendo qué decir y el maestro les dijo contemplen sus manos, observen su contextura física, si son fuertes o débiles. Y verán como somos iguales a ellas en nuestras vidas, unos fuertes otros más débiles. Y les dijo reconocen ahora la importancia que tienen? Uno de los discípulos le dijo: “¿pero maestro, cómo puedo considerar mis manos importantes cuando con ellas puedo hacer cosas males, cuando con ellas puedo destruir, maltratar?” El maestro se levantó y les dijo: “con mis manos puedo plantar, puedo construir, puedo acariciar, puedo sentir, puedo crear. Así mismo en el ir por la vida, puedo hacer mucho bien como también mucho mal”.

A través de nuestras manos el Misterio nos ayuda a plasmar lo que nuestros ojos y nuestro corazón han contemplado, con ellas podemos gesticular, alabar y bendecir la creación y saber consagrar nuestra vida y dirigirla al bien o al mal. El Misterio que todo lo ha creado con sabiduría divina ha puesto cada cosa en su lugar para que cada una de ellas actúa en libertad y nosotros como parte del cosmos no escapamos a esa realidad.


II.         Liberar la mirada cautiva


“Por más que miran no ven, por más que oyen no entienden” (Mc 8, 12)

La libertad se opone tajantemente a la cautividad. Una mirada cautiva es una mirada selectiva, una mirada por encima, superficial, hasta es una mirada indiferente. Creo ciertamente y siento que no me equivoco que uno de los pecados más graves que como cristianos y cristianas podemos cometer es la indiferencia y siento que es eso precisamente lo que Jesús le reclama al rico epulón con relación al pobre Lázaro (Lc. 16, 19-31), creo que Jesús no le reclama sólo por sus riquezas sino más bien por su indiferencia ante aquél semejante que lo necesitaba y a quién él no hizo caso alguno.

Jesús durante toda su vida fue liberando la mirada de todos aquellos que estaban con Él. Este liberar de Jesús implicaba mucho peligro para su vida Él lo sabía y lo asumió. Una de las actitudes que notamos más clara en la vida de Jesús es su deseo de libertad para todos no importando el “carnet de membresía”, Él con todo el peso que los caracterizaba como el Hijo del Hombre (Mc 14, 14), da la libertad a los cautivos. Uno de los relatos más hermosos es en donde Jesús perdona los pecados de María Magdalena (Lc 7, 36ss), no dejándose enganchar por lo que los demás que estaban con Él podría decir con relación a la actitud que toma esta mujer hacia Jesús. Él la perdona e inmediatamente ella se convierte en su seguidora. Jesús aquí rompe con la ley de Moisés y es criticado por eso, porque no podemos tampoco olvidar que también Él era judío.

Hay otra ocasión en que Jesús nuevamente rompe con la ley y la cambia por la ley universal del amor, es durante la curación del paralítico y en donde se elogia la valentía y la creatividad de aquellos que lo llevaron ante Jesús (Lc. 5, 17-26). En este evangelio de Lucas vemos como Jesús no solo libera y rompe con la ley de Moisés sino que también Él toma la decisión de pedirle al hombre que tenía la mano paralizada que la extendiera hacia Él y a través de este gesto Jesús lo libera de esa esclavitud (Lc. 6, 6-11).  En este mismo sentido y siguiendo el mismo evangelista vemos en el capítulo 4, 38ss en donde se produce la curación-liberación de la suegra de Simón, acción que marcará nuestra Iglesia porque el mismo evangelista nos dice que ella se puso a servir a Jesús, pero ya no servicio de mesa, sino servicio entendido como seguimiento, como diakonía (Mc 1, 29-31).

Dentro de todos los relatos sobre las curaciones y la oferta de una mirada liberada de Jesús, también cura la hija de una mujer pagana, una mujer de origen sirofenicio, en donde el evangelista Marcos subraya la palabra de la mujer, como palabra de poder (Mc 7, 24ss) y sólo es en este texto en donde aparece alguien que replica a Jesús y es especialmente esta mujer, y Jesús le dice: “tu palabra es la que ha liberado y curado a tu hija”.  Todo esto nos demuestra la apertura de Jesús hacia los pobres, los empobrecidos, los marginados, entendidos no como una clase social sino como grupo que durante muchos años (siglos) han sido y serán siempre marginalizados por los grupos de poder. Jesús no mira si tú eres o no eres  su seguidor, sólo ve en ti que eres un hijo o una hija de Dios que merece su libertad, Jesús no te pide el “carnet” a la hora de realizar su misión  de liberador de los cautivos, a todos y todas los acogía con amor y ternura.

Y si miramos con una mirada liberada podremos ver a los demás también como nuestros semejantes, como gente que también necesita ser liberado y que debemos estar dispuestos y dispuestas a ayudar a Jesús a liberar la mirada cautiva de tanta gente que está a nuestro lado. Jesús nos invita a liberar nuestra propia mirada, a ser transparentes y para esto nos deja su Espíritu para que Él nos acompañe y nos ayude a no desfallecer en el intento, debemos de desbloquear nuestra mirada selectiva y vivir en libertad y ayudar a los demás a que vivan la libertad que nos trajo como regalo Jesús de Nazaret, el Jesús de la historia y de la vida, ese que viene del Dios Padre-Madre ese que es el “Totalmente Otro”.

III.       El gran estanque


El Reino de los Cielos se parece a un gran estanque en donde conviven diferentes plantas y en donde van a beber diferentes aves y otros animales. En sus aguas incoloras se plasma la sombra de los árboles que están alrededor, el color de las aves cuando introducen su pico para beber de ella, el colorido de los diferentes animales que cuando están agotados y con calor van al gran estanque y hunden sus pequeños y grandes cuerpos.

Este hermoso estanque tiene pequeñas fuentes que manan agua de su interior, pequeñas fuentes que hacen que las aguas no estén estancadas sino que las hace fluir, fuentes hermosas en las que se deleita el alma de todos aquellos que la contemplan. En ese gran estanque está el Corazón Creador del Dios Paterno y del Dios Materno que no hace distinción entre aquellos que llegan sedientos y cansados de vivir entre rejas como las aves, en tarros como las plantas, en programas y esquemas como los seres humanos.

El Reino de los Cielos es como este estanque que con sus aguas que fluyen y fluyen acogen la tristeza, la soledad, la alegría y el anhelo que despierta la contemplación de la naturaleza divina en cada hombre y cada mujer que se siente parte de ella y desde donde fluye la acción transformante de la oración.

IV.      Corazón creador


El Reino de los Cielos es como un corazón creador en donde está presente un alfarero que no crea por su razón sino por su corazón. Corazón que contempla la belleza de la naturaleza sus diferentes colores, formas, tamaños, sonidos y que los integra todos en su interior.

Alfarero que al latir de su corazón plasma en cada figura la belleza que ha visto más allá de su mirar, belleza que sobrepasa lo contemplado. En ese corazón creador del alfarero está la presencia del Misterio. Misterio que unifica todos los secretos que alberga la vida de cada ser humano. Al terminar cada una de sus figuras siente y ve que todas son diferentes pero que no por eso dejan de ser importante y hermosas.

En el corazón creador y abierto de cada hombre y cada mujer se desvela la realidad de ese Misterio escondido en lo más hondo de nuestro ser, ese Misterio que fluye sin parar y que hace de cada persona un pedacito de Dios, en ese corazón creador y cálido se contempla y se descubre ese Misterio: El rostro materno de Dios.

V.         En el mundo de las palomas


El Reino de los Cielos es como el mundo de las palomas. Cada una es diferente de la otra en color, tamaño, forma de volar, de cantar, pero estas diferencias no impiden que todas sean hermosas. Juntas viven en un palomar unidas en canto y vuelo.

Cuando alguien se acerca para darles de comer una avisa y todas las demás la siguen. Es tal la belleza de la creación divina que logran copular en el aire, unidas en amor bajo el aliento de Dios Padre-Madre.

Y cuando paren sus crias son igual que las madres humanas: las cuidan y son ellas mismas quienes producen un líquido especial que se le llama “leche” igual que los humanos y lo hacen beber a sus crías dándolo a través de su propio pico. Las palomas vuelan en libertad disfrutando cada oportunidad que la naturaleza les regala, de sentirse tocadas por el Misterio del Dios creador que les ha creado y dado vida.

Al volar disfrutan el toque divino del aliento de Dios, en cada volada o en cada parada sienten que todo les pertenece y que al mismo tiempo nada tienen. Su vida itinerante las hace libres de toda atadura y evita así la acumulación de cosas y el egoísmo, la codicia y muchas veces la falta de solidaridad que vivimos los “seres humanos”.

Cuando mis ojos contemplan la belleza de la naturaleza a través de estos pequeños animales me doy cuenta de la Sabiduría inmensa del Dios creador y que solo se descubre en la contemplación de lo pequeño,  de lo sencillo. El contemplar la naturaleza con los ojos desvelados por la oración interior es lo que nos une estrechamente con Dios Padre-Madre, es cuando nos damos cuenta que estamos hechos para el amor y el servicio solidario y desinteresado a los otros y las otras.

Este hacernos conscientes es lo que nos lanza a la vida, a volar en libertad, a poner por un momento mi “Yo” de lado y comenzar a superar todas las apoyaturas externas con las que vivimos y emprender un viaje sin equipaje, volar con nuestras propias alas no importando cuántas veces enterremos nuestros picos en la tierra y el lodo, sino sintiendo que somos libres, verdaderos y verdaderas, mirar y sentir que la vida la hemos recibido como gracia como don gratuito y que de esta misma manera debemos compartirla con los demás y las demás.

El volar libres como las palomas supone el romper todas las capas, las conchas que tenemos en nuestras alas y volar a ese encuentro cara a cara con el otro, la otra y poder decirle tu y yo somos hermanos, hermanas hijos e hijas de Dios quien nos ama y quien nos invita a ser cada día sujetos de nuestra propia vida, de no esperar que sea el otro o la otra los que decidan si es bueno o malo sino descubrir que el tesoro más grande y precioso del mundo está en cada una y cada uno, pero que no lo podemos descubrir y admirar si no es a través de un proceso. Proceso entendido como momento de crecimiento, momento de dolor y muerte, muerte a mis apoyaturas externas, al que dirán. Proceso que dará muerte y al mismo tiempo dará la vida.

“Si el grano de trigo, caído en la tierra no muere, permanecerá él solo; en cambio si muere, produce muchos frutos” (Jn 12, 24).




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