lunes, 11 de julio de 2011

El Concilio de Trento y el protestantismo

El protestantismo, del primer período, puso en tela de juicio la noción de revelación, la amenazó gravemente.


Santo Tomás de Aquino, en la Suma contra los Gentiles, dice que existe un triple conocimiento de las cosas divinas:

1)          El primero se obtiene cuando el hombre, con la luz natural de la razón, por medio de las criaturas se remonta hasta el conocimiento de Dios.

2)          El segundo se logra cuando la verdad divina, que sobrepasa el entendimiento humano, desciende hasta nosotros por modo de revelación..

3)          Este ocurrirá cuando la mente humana sea elevada a contemplar perfectamente las cosas que han sido reveladas.

Los reformadores de este tiempo con su antropología turbaron esta clara visión de las cosas, es cuando Calvino, en su Institución de la religión Cristiana, admite que Dios se manifiesta a los hombres por medio de las obras de la creación, pero añade que la razón ha sido tan gravemente afectada por el pecado de Adán que esta manifestación objetiva resulta inútil para nosotros. Por esta razón a dado Dios a la humanidad no sólo “maestros mudos” sino también su palabra divina. De los dos modos de conocimiento de Dios admitidos:  el conocimiento natural y el conocimiento por la revelación, ponen el primero en beneficio del segundo. 

La escolástica en sus dos puntos de partida sostiene el valor de la razón. Muy pronto el protestantismo tiende a despreciar el conocimiento de Dios que no nos venga por revelación de Jesucristo.  Afirma el principio de la salvación por la gracia y la sola fe, el protestantismo establece la autoridad soberana de la Escritura, como la única regla de fe con la asistencia individual del Espíritu que nos da conocer lo revelado y lo que hemos de creer,  únicamente el Espíritu ilumina la palabra.

En un principio se puede creer que el protestantismo parece exaltar el carácter trascendente de la revelación, pero en realidad lo compromete, porque al mismo tiempo que pone el principio de la autoridad soberana de la Escritura, se levanta contra la voluntad de la Iglesia en la tradición o en las decisiones actuales del magisterio. Al concilio del Vaticano I le tocará reafirmar la existencia y validez de los dos órdenes de conocimiento de Dios, natural y sobrenatural. El Concilio de Trento, por su parte se consagrará a alejar el peligro más inmediato de una atención demasiado exclusiva a la Escritura, con detrimento de la Iglesia y de su tradición viviente.

1.          Se consagró a definir las vías por las que Dios nos comunica su revelación. El Cardenal Del Monte en fecha 12 de Febrero de 1546 hizo una declaración : hizo notar que nuestra fe viene de la revelación divina, transmitida a nosotros por la Iglesia, que la recibe en parte de las Escrituras del AT y del NT y en parte también de la tradición. Se habló entonces de la Escritura y las tradiciones, y se elaboró un decreto sobre las mismas en fecha 8 de Abril de 1546. En este decreto no aparece la palabra revelación sino más bien el término Evangelio más cercano al uso neotestamentario. La Iglesia ha recibido la misión de conservar en toda su pureza el evangelio, es decir la Buena Nueva o el mensaje de salvación proclamado y realizado por Cristo, este concilio en particular alude explícitamente al texto de Mateo y Marcos.

El concilio IV de Letrán había dicho: doctrina salutaris, el evangelio saludable es el objeto propuesto para nuestra fe. El texto implica una triple afirmación:

a)          Nos ha sido dado el evangelio de manera progresiva. Anunciado primero por los profetas, promulgado después por Cristo y por orden suya predicado por los Apóstoles. En él esta toda la verdad saludable.

b)          Esta verdad de salvación y esta ley de nuestro obrar moral, cuya fuente única es el evangelio, se contiene en los libros inspirados de la Escritura y en las tradiciones no escritas.


c)           El concilio recibe por  igual respeto la Escritura (AT, NT) y las  tradiciones como oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo dictadas y por contínua sucesión conservadas a la Iglesia. Este mensaje o Buena Nueva tiene dos formas distintas de expresión: la oral y la escrita

2.          En el proemium del decreto sobre la justificación, el objeto de nuestra fe se presenta de nuevo como doctrina, enseñada por Cristo, transmitida por los Apóstoles, conservada por la Iglesia y defendida por ella contra todo error. El concilio se propone exponer a todos los fieles de Cristo la verdadera y sana doctrina acerca de la misma justificación que el sol de justicia.


3.          En el capítulo quinto, la doctrina protestante de la justificación por la sola fe, opone el concilio la doctrina católica que afirma a la par la necesidad de la gracia, que tiene la inicitiva, y de la libre cooperación del hombre con la acción divina. El capítulo siguiente se  explica en qué consiste esta cooperación  del hombre con la gracia. La fe de la que se trata aquí, no es la fe-confianza, esa fides fiducialis de los protestantes, sino una fe que se adhiere a las verdades reveladas, un acto del entendimiento que se somete a Dios y que reconoce la verdad de lo que Dios ha revelado. Vemos que las diversas redacciones del texto dejan ver la firme voluntad de dejar claro el carácter dogmático de la fe católica.

Estas verdades sin embargo, pueden ser promesas que alimentan la confianza del hombre, no son puro enriquecimiento del espíritu, sino mensaje de salvación que orienta al hombre hacia Dios.

El concilio considera la fe, como la respuesta que conviene a la Buena Nueva, al mensaje de salvación. “Esto predicamos y esto hemos  creido”, como dice San Pablo, pero el concilio, dice que esta predicación exterior es ineficaz si no va   acompañada del auditus interior de la gracia.

Resumen:

        La enseñanza del concilio se reduce en dos puntos:

a)          Sin acudir a la palabra “Revelación”, la define como el contenido de la palabra. Este es en concreto, el evangelio o el mensaje de salvación prometido por los profetas, publicado por Cristo, predicado por los Apóstoles, transmitido a la Iglesia, conservado y defendido por ella, se le llama también doctrina enseñada y transmitida, doctrina saludable, que constituye un conjunto de verdades y de promesas ofrecidas a la fe cristiana por la predicación y que encontramos en la Escritura y en la tradición


b)          La fe, que responde a la predicación del Evangelio, es un asentimiento a las verdades y promesas que contiene, bajo la acción excitante y ayudante de la gracia. Asentimiento que termina, no en el sólo enunciado, sino en el Dios mismo de las verdades y promesas.


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