lunes, 11 de julio de 2011

Modulo V: Reflexión teológica sobre la creación


Recogidos los datos de la fe en la creación que hemos encontrado en las SS.EE. y la Tradición de la Iglesia, debemos ahora realizar una reflexión teológica sobre la misma.

Hemos visto que la creación aparece como algo original y propio del judeo-cristianismo, hasta el punto de que, en el mundo antiguo no aparece en filósofos como Platón y Aristóteles. No cabe duda de que se trata de una verdad fundamental de nuestra fe, en cuanto que nos hace comprender que el mundo y la persona son criaturas de Dios, que de Él vienen y a Él se han de encaminar.

La creación da un sentido al mundo, a la persona y a la historia que no pueden encontrar por sí mismos. Es la respuesta como bien dice el catecismo a las grandes interrogantes de la persona: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el origen del mal?

Sabemos que existimos en cuanto que dependemos de Dios. En esta dependencia ontológica y fundamental encuentra la persona y el mundo la clave de comprensión de su existencia.

Pero es una dependencia esta que no priva al mundo de un ser propio y subsistente, de una autonomía legítima.

El mundo dice Ruiz de la Peña, ha perdido su carácter sacral, permitiendo a la persona ponerlo a su servicio. El mundo es mundano y no divino. Esta consistencia que da Dios creador a las cosas es la fuente de una sana filosofía.

Es esta verdad de la creación algo a lo que la ciencia no podrá llegar por sí misma, como dice el catecismo, se ocupa de explicar, como se ha desarrollado el universo sin poder explicar de dónde viene (el Big Bang no explica el origen ultimo del mundo ya que se limita a recoger la expansión de una partícula que ya existía), ni a donde va últimamente.

Es más, es la creación la que posibilita la existencia de la ciencia, porque esta se funda en que el cosmos es algo ordenado y dotado de unas leyes propias que la ciencia descubre. Si el mundo fuera un caos, no sería posible la ciencia. La ciencia avanza en la medida en que está convencida de que el mundo está escrito por leyes constantes y alcanzables por la persona.

Es más, la fe hoy en día acepta la posibilidad de la evolución, dado que un Dios que conduce el mundo y que actúa en el con una causalidad trascendental que penetra en lo más hondo de lo creado, aparece como el que posibilita la evolución desde dentro de lo creado.

1.    El hecho de la creación.

1.1          La afirmación de la fe y su alcance

Al interrogante primordial de por qué existe el ser y no la nada, interrogante que, en estos términos, parece haber sido planteado por primera vez por Leibniz, la fe cristiana responde con una tesis básica: el mundo ha sido creado por Dios.

La originalidad de la idea de creación y su desconocimiento fuera del ámbito bíblico se pone de relieve con la simple comprobación de la inexistencia de un término específico para denotarla en las dos grandes lenguas de la antigüedad clásica. En efecto ni el griego ni el latín, poseyeron un vocablo que recogiese con precisión la idea. Para significarla, hubo que echar mano de términos aproximativos.

Según Ruiz de la Peña, su tesis no pretende ser tanto una teoría sobre el origen del mundo cuanto una interpretación religiosa de lo mundano en su última raíz: el mundo es, es realmente, no aparentemente, pues Dios le ha conferido el ser. Y justamente por eso, el mundo es como criatura; no tiene en si mismo su razón de ser, no es una magnitud absoluta. Si no fuese porque existe de hecho, no sería fácil sospechar que pueda existir, dado que ya existe el infinito, que basta y se basta. El ser del mundo,  en cambio, en cuanto ser finito, implica esencialmente una precariedad en el existir, una relación de dependencia. No se trata pues, solo del problema de los orígenes, sino de la naturaleza de lo real, de su textura ontológica, la afirmación de la fe estipula que la condición propia de lo real es su creaturidad.

1.2          La noción de creación

Al hablar del mundo como creación de Dios, estamos entendiendo por ese término todo lo que existe fuera de Dios. A decir verdad, la imagen bíblica del mundo comprendía tan solo la mínima parcela del universo entonces conocida; pero la Escritura se expresa de tal modo que, implícitamente, su revelación de Dios como creador ha de extenderse a todo ser distinto de Dios y realmente existente.

Entendido de este modo el termino mundo, es evidente que la definición clásica de creación como producción de algo a partir de la nada no puede aplicarse a la totalidad de lo real; tal definición convenía a una cosmovisión estática, en la que la pluralidad de las criaturas emerge acabada y conclusa en su ser respectivo desde el comienzo.

Hoy sabemos, que ese sentido técnico de creación no conviene a casi nada de lo existente, pues casi todo procede de algo; falta así la nota especifica de la definición tradicional; puesto que hay una cosmogénesis, una biogénesis y una antropogénesis, todos los seres se prolongan hacia atrás, hunden sus raíces en formas de ser anteriores e inferiores de las que proceden por evolución.

Podemos afirmar que evolución y creación son conceptos antagónicos es, lisa y llanamente, una necedad, por más que la describa algún que otro ilustre científico. Tras esta relectura del concepto de creación en un universo evolutivo, no estará de más volver a la formulación clásica para comprobar que, lejos de haber quedado inservible, sigue conservando una significatividad no desdeñable. Cuando elMagisterio ha definido el hecho de la creación, la ha recogido en sus definiciones. La formula en efecto, nos recuerda que no hay nada que preexista a la acción creadora, la motive o la funde, fuera de Dios, no hay nada que quede a extramuros de esa acción creadora; Dios no encuentra nada dado que condicione de algún modo su obrar.

En este sentido, nada queda al margen de la acción creadora, nada hay realmente existente que no resulte alcanzado por la acción salvadora; al nada del concepto de creación responde el todo del concepto de salvación.
1.3           La creación, misterio de fe
La creación es un artículo de la fe cristiana (es decir, un misterio) y no la conclusión de un razonamiento metafísico (es decir, un saber profano). En consecuencia, hay que resistirse a la tentación de comprometer este misterio de fe con la determinada cosmovisión; la fe no puede estar ligada a esta o aquella imagen del mundo. Hoy somos muy sensibles a las funestas consecuencias que tuvo para la Iglesia su tenaz enfeudamiento en una cosmovisión fixista y su repulsa del evolucionismo.

La fe debe conservar siempre su libertad frente a cualquier tipo de cosmología; la teología ha de proclamar siempre que el contenido de la palabra revelada desborda en cualquier caso toda teoría científica y, en general, toda formulación humana. Este carácter desbordante de la fe en la creación asoma nítidamente en el artículo central del credo cristiano: la encarnación de  Verbo.

A su luz, el primer artículo, la creación, cobra un carácter absolutamente original: la criatura es lo que el creador ha querido llegar a ser. Dios no es solo el creador de un mundo distinto de él, Dios es, el mismo, criatura: la forma de existencia definitiva del Dios revelado en Cristo es la encarnación.

2.    El modo de la creación

En el capitulo primero hemos notado repetidamente la inhibición de la Escritura sobre la forma concreta en que Dios crea: los textos  bíblicos no son un reportaje o una descripción de la acción creadora. Hablar ahora del modo de la creación no contradiga esta constatación?

En realidad, nos dice Ruiz de la Peña, lo que se va a decir a continuación se limitara a explicitar dos características de la noción misma de creación: la creación es un acto libre de Dios; el mundo no es temporal, no eterno. La negación de cualquiera de estas tesis dejaría en entredicho la de que el mundo es creación de Dios. Esta parte, no pretende entrar en una descripción del fieri de la creación, sino desarrollar explícitamente los rasgos inherentes a la acción creadora.

2.1 El mundo ha sido creado por Dios  libremente

En el capitulo anterior se ha aludido a las dificultades que se oponen a una creación libre, tanto desde un punto de vista metafísico: la plenitud de ser es necesariamente comunicativa, como desde la ética idealista – romántica, el que es feliz tiene que querer que otro lo sean. Ahora bien, negada la libertad de Dios al crear, se liquida su trascendencia. El mundo aparece como algo necesario para el, como un momento de su llegar a ser Dios. Por este camino se desemboca fatalmente en el panteísmo; si Dios no puede concebirse sin el mundo, entonces éste es de algún modo una parte de Dios. Los sistemas que han negado la libertad de la creación hacen de la cosmogonía una teogonía; el acto creador ha dejado de ser lo que habíamos explicado que era, para convertirse en una autogénesis de Dios.

Pero tampoco la criatura sale mejor librada. En efecto, al quedar englobada en el ser de la divinidad, pierde su profanidad especifica, que es su razón de ser propia; el paso siguiente suele consistir en negar su autentica realidad y en confinarla a la esfera de lo meramente aperiencial.

Del argumento de la ética idealista, llevado a sus últimas consecuencias, se deducirá además la negación del orden sobrenatural. Pues para este orden valdrían a fortiori las razones que se alejan a favor de la necesidad de crear (el hacer felices a las criaturas); la gracia no seria puro don, sino efusión obligada de la plenitud del ser divino.

La idea de creación implica, por tanto, de forma irrenunciable, la de la libertad creadora. Pero ¿de que libertad hablamos? La inmunidad de toda coacción externa debe darse por supuesta, una vez admitida la nada preexistente creadora, luego nada obliga desde fuera a Dios a crear. De lo que se trata es de la inmunidad de toda necesidad interna; no hay nada en el ser de Dios que le obligue a crear.

Dicho de otro modo: el mundo existe porque Dios quiere; Dios quiete de tal modo el mundo que pudo no haberlo querido; dado que lo hubiese querido, pudo haber creado este mundo u otro diverso. El que no precisa en absoluto de nosotros, el que es para si su propia riqueza, ha otorgado el ser al mundo gratuitamente, por pura prodigalidad. En cierto modo, puede y debe hablarse de la creación como gracia, no en el sentido técnico que la palabra reviste en la teología (don sobrenatural), pero si en su significación primera: en Dios libertad y liberalidad se identifican; su libertad coincide con su amor según el autor Brunner.

Por lo demás, esta gratia prima no es extraña o ajena a la gracia sobrenatural; más bien se ordena a ella, como presupuesto, en el plan de Dios; acabamos de apuntar que la negación de la libertad creadora conduce a la negación del orden sobrenatural.

Es así como el tema de la libertad divina aparece en la Biblia. Ya la creación por la palabra insinuaba que Dios crea sin resistencia, crea llamando como llama a la alianza, esto es, por pura liberalidad; de este modo el acto creador deviene el primer paso de una historia de salvación presidida por el designio gratuito, libre de Dios Dt. 7,6ss; Rm 8,28ss; Jn 15,16. “Dios habla, es decir, crea en absoluta libertad. La única continuidad entre Dios y su obra es la palabra… Y esta palabra es su mandamiento.

La doctrina cristiana de la creación es teología no filosofía, no se enseñan la libertad de Dios deduciéndola metafísicamente como atributo, se enseña porque las SS.EE. la presuponen como fundamento del orden sobrenatural, que procede del amor gratuito de Dios.

Esta gratuidad de la creación de la nada, nos descubre además que el amor es la textura de la realidad, su urdimbre fundacional. Y esta ontología del ágape, del puro don gratuito, responde a una teología de la paternidad de Dios. Solo de un Dios cuyo ser es, lisa y llanamente amor.

Ahora bien, si la realidad hunde sus raíces en este amor creador, entonces será tanto mas autentica, mas conforme a su estructura originaria, cuanto más vigencia tenga en ella el ágape. El mundo no se construirá por tanto, con la ley y el orden, con el poder y la fuerza, sino con la libertad y el amor. Recordemos, en fin, que el amor creador surge desde la nada, desde la liberalidad de lo supremamente gratuito. De ahí que el amor que estamos postulando para una praxis constructora del mundo haya de ser también desde la nada; de esta forma reproduce y prolonga el gesto creador, edifica la realidad.

2.2          La creación en el tiempo

¿Por qué le importa a la teología el carácter temporal del mundo?
Interesa a la teología porque este modo de concebir  la temporalidad condiciona decisivamente el modo de concebir la salvación. Así, s una concepción cíclica del tiempo corresponde una concepción evasionista de la salvación: puesto que dentro del circulo no hay sino la eterna recurrencia de lo mismo, la salvación ha de consistir en evadirse de esa rueda que gira en el vacío, sustrayéndose a un proceso que, porque no viene de ninguna  parte, no conduce a ninguna parte. De otro lado, a un tiempo concebido como recta decreciente corresponde un modelo de salvación nostálgico, regresivo.

En resumida cuenta, el modo, el hecho y el fin de la creación es Dios mismo.

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