lunes, 11 de julio de 2011

Recensión: El don de Dios (Juan Luis Ruíz de la Peña)


En este libro hay un objetivo primero y fundamental que da consistencia al mismo que es el “dar razón de la visión cristiana del ser humano al nivel de sus estructuras básicas”. Ya el adjetivo fundamental que figura en el subtítulo remite a una antropología teológica especial a la cual le incumbe el desarrollo de los temas específicos de una lectura cristiana de la condición humana: pecado, justificación y gracia.

Este manual abre con una introducción tratando el tema del sobrenatural que sirve como bisagra entre la doctrina del tratado: “Imagen de Dios” y esta “el Don de Dios”. Con respecto a ésta última se estructura en dos grandes partes. La primera trata del Pecado Original, la segunda de la justificación y la gracia. Estas dos partes llevan consigo la misma estructura: teología bíblica, historia de la doctrina y una teología sistemática.

En la parte que se dedica al Pecado Original puede no ser grata su lectura, pero la misma queda situada en un contexto idóneo de forma que esta doctrina empalma con la doctrina de la justificación poniendo de manifiesto su índole funcional de forma que entra en la sustantivación que frecuentemente distorsiona el horizonte hacia el cual ha de moverse el ser humano. La doctrina de la gracia articula lo que se dice  sobre el designio agraciante de Dios y su realización en el hecho-Jesucristo. La vocación teologal del ser humano imagen de Dios, presenta también su acontecimiento escatológico que es el ya de un eschatón que no es puro futuro, sino a la vez presente y porvenir.

Anteriormente la doctrina  del Pecado original trataba de ajustar esta verdad de fe a la cosmovisión que había surgido con la teoría de la evolución.   Después que hubo un despeje de estas dificultades fronterizas, la reflexión se centra ahora en los aspectos que realmente corresponden a esta doctrina teológica que son: cuál es el mensaje salvífico de esta doctrina, qué función desempeña en la proclamación del Evangelio, qué relación guarda con la doctrina de la gracia.

La doctrina de la gracia pese a su importancia ha sido poco favorecida por la reflexión teológica. Es por esto que uno de los logros de esta doctrina es la recuperación de la centralidad de la gracia increada que sobre pase la concepción fisicista la cual encuadraba el agradecimiento dentro del esquema causa – efecto en vez de apreciarlo como resultado de una relación interpersonal. Hay que  decir también  que ni la doctrina del Pecado original ni de la gracia son bien recibidas en esta cultura dominante, la  predicación actual es pródiga en lo tocante a estas verdades de fe y se prefiere acudir a temáticas más “humanistas” sin darse cuenta de que es el mensaje de la gracia liberadora y proclamación del amor de Dios lo que sustenta la dignidad única de la persona.  Hay que ser nuevos seres humanos para iluminar una nueva humanidad y sólo seremos nuevas personas en Cristo (2Cor. 5, 17ss). Este es el tema central de toda la revelación bíblica y que el título de este tratado formula de esta forma:  “La salvación de la persona es el don de Dios, el don que Dios hace y el don que Dios es”.

La fe cristiana ha tomado de las Sagradas Escrituras la definición de ser humano: Imagen de Dios, haciéndola el centro de su lectura humana.  El concepto imagen de Dios es dinámico, procesual, histórico, tanto a nivel individual como colectivo, que tiene como hitos según nos dice la Biblia: su imagen formada (doctrina de la creación), la imagen deformada (doctrina del pecado), la imagen reformada (la justificación y de la gracia), su imagen  consumada (la escatología). Sea cual fuera la condición del ser humano frente a Dios por este sustantivo de imagen nunca dejará de ser lo que Dios ha querido que fuese: imagen suya.

El ser humano es un ser eneludiblemente abierto al tú trascendente que le ha dado origen, que funda su índole social y personal, que avala su superioridad ontológica y axiológica sobre el resto de los seres humanos y que representa el destino último de un dinamismo y de su ilimitada capacidad optativa.

De este rasgo básico que tiene la persona: ser imagen de Dios, podemos decir que es Dios su principio y también su fin. El hecho-Cristo constituye la revelación del designio misterioso con el que Dios ha  creado al ser humano, el que es imagen de Dios ha sido puesto en la existencia para participar del mismo Dios, de modo que sea patente que el destino del ser humano es su divinización, su ser Cristo.

El Pecado original

La doctrina del pecado original se sintetiza aludiendo a la Constitución Pastoral del Vaticano II, la Gaudium et Spes en su número 13 que dice: “Creado por Dios en su justicia, el ser humano por instigación del demonio en el  mismo comienzo de la historia abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios.....”  Muchas cuestionantes surgen de esta verdad de fe y por igual a lo largo de la historia han aparecido algunas objeciones a las presentaciones clásicas de esta doctrina como son:

·                  La objeción moral:  cómo puede ser pecado algo en lo que  no está comprometida la responsabilidad personal.
·                  La objeción física: cómo puede el pecado del primer ser humano deteriorar la naturaleza humana de forma que dicho deterioro se propague a todos por vía de generación.
·                  La objeción biológica:  no es admisible que la entera humanidad proceda de una sola pareja.
·                  La objeción epistemológica:  como ha podido llegar hasta nosotros la noticia de una caída primordial, acaecida en un remotísimo pasado.

Para  dar respuesta a estas objeciones hay que distinguir de la doctrina los aspectos contingentes de los elementos permanentemente válidos. Hay  que mostrar la relevancia y actualidad de esta verdad de fe para una cultura como la nuestra que se declara alérgica a los conceptos de culpa o de pecado.

La trayectoria de la revelación en este tema del Pecado Original y otros es la de una pedagogía progresiva que inicia denunciando la pecaminosidad universal para concluir en el esclarecimiento del mismo desde el acontecimiento Cristo, perfilando la hondura y complejidad del pecado humano, mostrando así la potencia salvífica divina.  El fundamento bíblico del pecado de la persona humana se encuentra ya en las primeras páginas de la revelación (Gn 2-3). En lo tocante al AT los elementos recogidos representan una “preparación” para el despliegue de la doctrina, varios elementos se muestran atestiguados por la revelación veterotestamentaria: la culpabilidad humana ha convertido el mundo en un reino del pecado,  que es un hecho personal y social, sus orígenes se confunden con la propia humanidad. Ya para el NT, desde el punto de vista cristiano solo a la  luz de una soteriología tiene sentido una teoría del pecado. Cristo revela la voluntad salvífica y universal de Dios y que nosotros podemos percibir con nitidez la necesidad universal de la gracia redentora y por ella la anormalidad de la situación religiosa de la persona.

Tanto Pablo como los evangelios centran su atención al anuncio esperanzador de la buena noticia: en la persona de Jesús ha irrumpido el reino de Dios lo que hace de la situación actual un ahora salvífico. En la veracidad de este anuncio está también la denuncia del pecado, el AT afirmaba: todos son pecadores, el NT afirma:  todos son redimidos y es esta redención ofrecida a todos la que delata la pecaminosidad de todos. Es la cruz de Cristo y no la caída de Adán lo que nos da la medida cabal de las dimensiones de la culpa, es el misterio de la salvación lo que esclarece el misterio del pecado y no al revés.

La revelación bíblica sobre el pecado original culmina con la doctrina sobre el pecado indagando en su raíz, desvelando su extensión su efectividad letal y complejidad social. Esta doctrina en vez de suponer una cómoda excusa de la propia responsabilidad, implica una llamada a la libre opción personal, esta es la  fe por la que tenemos acceso a la gracia en la cual nos hallemos.

La doctrina del pecado original se debate entre las antropologías pesimistas y el optimismo naturalista. Se necesitaba tiempo para plantear este problema claramente y no es sino en el siglo V en ocasión de la crisis pelagiana en algunas Iglesias de Occidente, esta misma crisis conocerá el momento crítico de la Reforma Protestante y el pronunciamiento del Concilio de Trento que consideraba el pecado original como una “muerte del alma” que afecta interiormente a todos los seres humanos, que es superable solo en virtud de la gracia de Cristo y se remonta a una acción histórica pecaminosa.  Trento dictó tres cánones sobre este tema del pecado original, que son: a) justicia original, b) pecado originante, c) pecado originado.  Hay que saber utilizar el término pecado y hay que reconocer que su uso no ha sido de beneficio ni para la teología ni para la catequesis ya que se ha flexionado a una comprensión del mismo que tiene como referencia el pecado personal o lo que se conoce como pecado.

Justificación y Gracia

Dios ama a la persona y la teología cristiana de la justificación y la gracia es una muestra de ello. Las dificultades con las que tiene que tratar esta doctrina de la gracia son las dificultades que encuentra ayer, hoy y siempre la realidad del amor.  La primera realidad es que el  amor solo puede mostrarse, testificarse y creerse por fe.  La concepción cristiana de la gracia reconoce otra dificultad: el ser humano de la civilización técnico-científica y de la competitiva cultura consumista es el yo puedo, yo lo hago, la ideología de la eficacia que apuesta por el poder en todas sus variantes. Esta segunda parte tiene dos secciones que son: a) la sección bíblico – histórica y b) la sección sistemática.

A.           Sección bíblico – histórica:

La doctrina del pecado nos ha confrontado con un ser humano y una historia marcado por la dinámica de un alejamiento de Dios que se cristaliza en una situación de perdición humana. El AT  no habla propiamente de la gracia, el término es desconocido, pero lo que con él significará posteriormente no es ignorado por la revelación veterotestamentaria; su conocimiento se pone de manifiesto al explorar dos realidades sobre los que el AT se extiende continuamente: la identidad de Dios como un Dios salvador, desde las nociones de elección y alianza, la posibilidad de conversión de la persona.

Para el pueblo de Israel la elección fue un hecho que marcó decisivamente su talante religioso, percibe esta elección como una iniciativa gratuita y permanente de Dios.   Israel es elegido en función de un designio universal de salvación. El rasgo dominante en la imagen que Israel tiene de Dios es el de un ser agraciador, amorosamente comprometido con su pueblo hasta el fondo, infatigable en su propensión al perdón y a la misericordia, decidido a salvar a la persona muchas veces de ella misma. A la pregunta sobre quién y cómo es Dios el AT dice: “es alguien que ha elegido a Israel como el esposo elige a la esposa,  que es santo y santificador,  que libera para vivificar, cuyo juicio es salvación”.

En el AT la palabra “gracia” no ha sido pronunciada pero toda la teología de la gracia queda virtualmente revelada. Acerca de los contenidos concretos de la salvación el AT no se muestra muy explícito pero éste comprende al menos tres elementos que son:  la completa cancelación del pecado, la renovación interior del pecado, el establecimiento de una íntima relación amigal/esponsal entre Dios y la persona.

En el NT los sinópticos anuncian los grandes temas de un mensaje que es el Evangelio,  buena noticia proclamada por Jesús con palabras y acciones. Los teólogos del NT Pablo y Juan amplifican y profundizan el mensaje con aportaciones decisivas a partir de las cuales el cristiano reconoce en el concepto gracia la categoría clave de su historia. Jesucristo se revela escatológicamente como amor gratuito de Dios,  que se relaciona con sus criaturas sanándolas y plenificándolas a su medida.

Ruíz de la Peña en su libro nos dice que aunque  el reino sea pura gracia y que la iniciativa de su oferta concierne en exclusiva a Dios, la persona  es libre ante esta oferta, debe asumir responsablemente lo que en ella se contiene, también puede rechazarla con igual responsabilidad .     

Pablo es el mayor expositor de la doctrina de la gracia. Junto al término gracia está ligado muy íntimamente el concepto de justificación que es decisivo en el pensamiento paulino. La doctrina paulina de la gracia como don liberador suscita fuertes posiciones entre los grupos procedentes del judaísmo que no comprendía el significado escatológico del acontecimiento – Cristo. Para Pablo justificación significa nueva vida, pero esta nueva vida es la de Cristo recibido como don absoluto y gratuito, como vida entregada. Gracia, justificación, fe son conceptos neurálgicos de la soteriología de Pablo y juntos expresan un nuevo ser, su ser en Cristo. La justificación produce la unión interpersonal entre Cristo y el cristiano.  Para hablar de la justificación y de la gracia Pablo acude a la muerte y resurrección de Cristo, más Juan para hablar de estos términos se remonta al hecho de la encarnación.  Este término “gracia” aunque aparece solo tres veces en el corpus joánico toda la teología rebosa al girar entorno al misterio del amor que es Dios y que se difunde en tres manifestaciones que son: a) el amor eterno del Padre al Hijo y al mundo, b) el amor del Hijo (encarnado) al mundo y a las personas, c) el amor de las personas al Padre, al Hijo y a los hermanos.

A lo largo de la historia el desarrollo de la doctrina de la gracia ha seguido caminos distintos en las dos grandes tradiciones cristianas:  la oriental y la occidental. En el transcurso de esta controversia la Iglesia tendrá que rechazar  las dos concepciones alternativas representadas por el optimismo naturalista del pelagianismo y el pesimismo existencial del protestantismo, el hilo que conduce la controversia es una afirmación de la libertad humana que evacua la gracia o una exaltación de la gracia que evacua la libertad. Cada una de estas posiciones han recibido diversas condenas por parte de la Iglesia pero vuelven a reaparecer en la historia de forma reducidas como el pelagianismo reaparece con el semipelagianismo, el pesimismo protestante se reencarna en los teólogos católicos Bayo y Jansenio. 

La tradición oriental es más asertiva que polémica, es en occidente en donde se inicia esta controversia sobre la justificación y la gracia con toda la doctrina del pelagianismo que se prolongará hasta el jansenismo pasando por el semipelagianismo, la crisis de la Reforma y el bayanismo.

B.           Sección sistemática

 
El ser humano está afectado de una real incapacidad para obrar el bien y alcanzar la salvación, la cual muestra la necesidad de una iniciativa salvífica. El ser humano pecador es capaz de responder a esta iniciativa divina y cooperar con ella libremente, que no es otra cosa que la fe. En este capítulo hay dos temáticas que le sirven de eje:  la idea de gracia y la dialéctica gracia – libertad). Ya con los capítulos anteriores entendemos por el término gracia  el gesto divino que cuando es acogido por la persona,  lo rescata de la esclavitud del pecado y de la muerte y le comunica una nueva forma de vida que es participación del propio ser de Dios.  Sin la gracia, la persona aún siendo libre y capaz de actos buenos,  es incapaz de observar siempre la totalidad de los valores, de realizar acabadamente el bien.

La iniciativa justificante divina cambia realmente a la persona, la renueva interiormente y es precisamente a esto lo que le llamamos “gracia”. La gracia designa ante todo el don que Dios hace de sí mismo: gracia increada. Designa también el efecto de ese don en la persona: gracia creada. La gracia increada  y la gracia creada constituyen la llamada gracia habitual, realidad permanente, estable, inherente, de la que se distinguen aquellas otras mociones divinas en la persona, de carácter puntual que se denominan gracias actuales.

Gracia significa  que Dios se ha  abajado,  ha condescendido con la persona, que la persona se ha trascendido hacia Dios que la frontera entre lo divino y lo humano no es impenetrable y que todo esto acontece gratuitamente ya que Dios no tiene ninguna obligación de tratar así a la persona, la persona no tiene ningún derecho a ser tratada así por Dios. Esta sección trata sobre los binomios gracia-libertad,  gracia-persona.

Ya en la última parte de su libro Ruíz de la Peña trata las dimensiones de la gracia y el capítulo se abre haciéndonos la pregunta sobre el efecto que produce la gracia en las personas, ya en NT lo describe con las palabras: regeneración, renovación, nuevo nacimiento, nueva creación. Y es éste capítulo que concretará las plurales dimensiones de la gracia y sus repercusiones en el ser y el obrar de la persona justificada.

Ante todo la gracia es esencialmente el don que Dios hace a la persona de sí mismo la cual conlleva una comunión en el ser divino: divinización, la misma acaece por la asimilación del justo a la forma de ser de Jesucristo, el Hijo de Dios que es la filiación. Desde aquí se habla del ser humano nuevo que al participar del ser de Dios se define como amor, vive y actúa informado y dinamizado por la caridad y esta es la dimensión práxica de la gracia. La gracia es expresión de una relación vital, a la persona le es consustancial la condición itinerante y la tendencia a la consumación y esta es la dimensión escatológica de la gracia. La gracia como dimensión  experiencial es en donde el místico recibe no solo la gracia, sino la gracia de experienciar la gracia, no es una experiencia al margen de la vida cotidiana. La dimensión pneumatológica  de la gracia es al Espíritu a quien hay que atribuir la difunsión anónima de la gracia al margen de sus cauces institucionales.




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Como se ha venido desarrollando en el transcurso del libro tenemos el tema del Pecado Original nada grato para nuestra sociedad e inclusive para nosotr@s mism@s para aceptarlo. Quizás por las concepciones tan fuertes y tajantes con las cuales se ha representado a lo largo de los años de esta doctrina.

Ya lo tocante a la segunda parte sobre la justificación y la gracia es más cercano a nosotr@s y mucho más fácil de digerir que el tema anterior. Una de las cosas por las que creo que es un tema más accesible es por la visión de un Dios que es amor y misericordia para con sus hij@s, un Dios que no es un castigador y que nos ha creado a tod@s por simple amor. Y esto nos lleva a una exigencia, a dar una respuesta a esta presencia gratuita del amor de Dios en nuestras vidas. 

La lectura me ha gustado mucho y Juan Luis Ruíz de la Peña es uno de mis autores favoritos y ya conocía más o menos la temática por haber trabajado en la Antropología I el libro “Imagen de Dios”, ha sido el completar esa visión general de lo que es el ser humano primero como imagen y semejanza de Dios y luego ese ser humano que está llamado a una vida y convivencia más profunda con Dios a través de ese llamado que Dios le hace de convertirse al acontecimiento – Cristo y formar parte de ese cuerpo místico que es la vida con Dios.

Hay una invitación profunda a una apertura al Dios de la vida que nos llena con su gracia y que nos invita a participar de su filiación divina.


Yudelka Acosta Tifás
Convento PP. Dominicos, Diciembre año 2000

  

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