lunes, 11 de julio de 2011

Modulo IV: Desarrollo histórico de la doctrina de la imagen


Se ha visto resumida en dos cuestiones:

a. Problema de carácter ontológico. Si Dios es infinito ¿cómo puede existir algo fuera de él? Es la afirmación del monismo, que dice que sólo existe la materia o el espíritu.

b. Problema de carácter ético. Si Dios es bueno ¿qué respuesta le damos al mal? El dualismo afirma que existen dos principios, uno bueno y otro malo. En muchas ocasiones hará que se desemboque con el monismo.

El Concilio de Nicea afirma que uno solo es el creador de lo visible y lo invisible. Afirma también el papel de Cristo en la obra de la creación, además de la distinción entre el ser engendrado y el ser creado.

La Iglesia afirma pues, la existencia del Creador y la criatura, y establece el tipo de relación entre el Creador y su obra. Afirma que todo proviene de un único principio y que todo tiene un inicio en el tiempo, dando respuesta a las posturas que afirman la preexistencia de la materia, y una incidencia en la concepción del tiempo.

La libertad de Dios al crear, aunque él no tenga necesidad de ello, salvando así la trascendencia divina, y la bondad ontológica de la creación.

Visión histórica de la creación

La dignidad de la Imagen

El hombre ser personal[1][1].

Ruiz de la Peña nos presenta en su capítulo IV el tema de la dignidad de la imagen, afirmando como preámbulo que el ser humano no se limita a ser algo, sino que es alguien, no sólo tiene una naturaleza sino que es persona, trascendiendo así al mundo anónimo de objetos y de los fenómenos naturales.

Aborda el tema de la noción de persona, ya que considera este punto central para poder hacer después una teología de la imagen. Se pregunta ¿cuál ha sido el origen de esta noción? y  señala con Pannemberg que es desde la captación de lo divino y relación con ello como el ser humano se autocomprende a sí mismo en primera instancia, de modo que el origen del concepto de persona se encuentra en el terreno de la experiencia religiosa. Toca de pasada a la Sagrada Escritura para señalar que en ella no se encuentra el término persona en cuanto tal, pero sí describe al ser humano por medio de una triple relación, como lo abordará posteriormente la Gaudium et Spes: de dependencia, frente a Dios; de superioridad, frente al mundo y; de igualdad, frente al tú humano.

El pensamiento griego no conoció el término ni el concepto de persona pues se concentro en la naturaleza. Sin embargo, en su antropología se privilegian las categorías de esencia, sustancia y naturaleza. Fue más tarde cuando se comenzó a utilizar el término: cuando se tuvo que enfrentar el problema de Dios trinitario, donde se llegó a la conclusión de que la persona consiste en la relación, capaz de escucha y respuesta.

La Patrística utilizó la categoría imagen de Dios para hablar de esta dimensión de lo humano. Sin embargo, es hasta la teología medieval con Boecio que se intenta dar una definición precisa: "La persona es natura rationalis individua substancia". Justiniano describe a la persona desde un punto de vista más jurídico que ontológico diciendo que sólo el ser humano libre es ser personal.

Ricardo de San Víctor dice que la "persona est existens per se solum iuxta singularem quemdam rationalis existentiae modum" ubicando a la persona en el ámbito metafísico de la existencia y no de esencia.

Para Tomás de Aquino la persona es "lo más perfecto de toda la naturaleza, a saber, el ser subsistente en una naturaleza racional", excluyendo la "relación" como constitutivo de la persona. Duns Escoto dice que la persona es la sustancia incomunicable de naturaleza raciona, clausurando así al sujeto en su propia suficiencia. Descartes por su lado ve en el ser humano a un sujeto relacionado consigo mismo, el sujeto que piensa en su pensar y es extraño al mundo. Hume despoja al sujeto de toda relación con lo otro y con los otros. 

El idealismo sacrificará el yo singular al Espíritu absoluto y objetivo, y el marxismo clásico sumergirá la subjetividad de la persona concreta en el anonimato colectivista de la sociedad.

Ante esta avalancha destructora de la noción de persona, Ruiz de la Peña señala que el pensamiento filosófico tenía la necesidad de rehabilitar la condición personal del ser humano, trabajo que consistía en recuperar la categoría clave de relación interhumana. Así, la fenomenología de Husserl destacará en el ser humano su condición de sujeto frente a objetos y, sobre todo, del yo frente al tú. Scheler con su personalismo ético avanzará afirmando que el valor de la persona es superior a todos los valores de las cosas. 

El personalismo dialógico de F. Ebner y M. Buber hablará de la fecundidad de la relación yo-tú, y dirán que es ante el tú como el ser humano descubre el propio yo personal.

Después de todo este análisis llega a la conclusión que después de veinte siglos, la noción de persona sigue siendo sorprendentemente inestable, pues todavía está por hacer una teoría verdadera y completa de la persona, pues ni la sola subsistencia ni la pura relacionabilidad pueden configurar adecuadamente la noción de persona. 

En cuanto a la situación actual de la noción de persona aborda tres corrientes: la afirmación existencialista del sujeto con MarcelHeidegger Sartre, la proclamación estructuralista de la muerte del ser humano con el pensamiento de FoucaultLevi-Strauss Althuser y la recuperación neomarxista de la subjetividad con Bloch, Kolakowski, Schaff Garaudy; de éstas, el estructuralismo es la que ha dejado una huella más honda, pues estaba apoyada también por otras corrientes ideológicas, como la psicología conductista y la antropología cibernética que consideran al sujeto como objeto y que en cuanto tal pueden funcionar en alguna ocasión como sujetos (artificiales), el reduccionismo biologista que propone la reintegración de lo humano a la base biótica.

Después de haber desarrollado todo un serio estudio sobre la noción de persona en el campo filosófico, se enfrenta ahora sí al tema de la teología de la persona, que trata en sí de la dignidad de la imagen. Parte de la afirmación de que es en el encuentro con Dios de donde surge el ser mismo humano, pues de ningún otro contacto sería capaz de sustentar la misma realidad del ser humano, porque quedaría por debajo de lo que éste aspira a ser: persona, no mera naturaleza. De aquí sigue para sostener que no sólo Dios es el tú del hombre, sino que el hombre es el tú de Dios, pues al crear al ser humano, Dios no crea una naturaleza más entre otras, sino un tú, poniéndolo ante sí como ser responsable, crea una persona. 

Es desde el llamado a ser tú de Dios de donde se deriva la dignidad del ser humano, que es confirmado decisivamente por Cristo, hombre entre los hombres, al morir por cada uno como el Hijo de Dios en persona. De aquí surge la necesaria mediación de la imagen de Dios en la relación hombre-Dios.

Profundizando sobre el tema afirma Ruiz de la Peña que quien venera y respeta la imagen de Dios, respeta a Dios aunque no lo reconozca explícitamente y al ser Dios el fundamento del ser personal del ser humano, es a la vez el fundamento de las relaciones yo-tú como relaciones interpersonales.

Aborda la Gaudium et Spes en este tema de la imagen, pues ella aborda el problema central del ser humano: su misterio, que es la identidad misma del ser humano y que los impresionantes logros científico-técnicos no han podido responder, pues es necesario partir más bien de la categoría imagen de Dios, pues en ella se expresa la relación fundamental del ser humano a Dios, su capacidad para conocer y amar a su creador, y de ella deriva la relación al mundo y la superioridad cualitativa del ser humano respeto al resto de las demás criaturas. El misterio del ser humano solo se esclarece a final de cuentas en el misterio del Verbo Encarnado.

Siguiendo adelante aborda el tema de persona y libertad, pues considera que la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el ser humano (GS 17), y que el ser personal es ser libre y viceversa. Así se sumerge rápidamente en la noción y características de la libertad humana, como libertad situada, como una toma de postura ante Dios, como la facultad de lo definitivo y como concepto englobante. 

Además, cita a aquéllos que han negado la facultad de la libertad como el conductismo y la ingeniería social, la sociobiología y la ingeniería genética y ciertas tendencias a la cibernética y la ingeniería de ordenadores e inteligencia artificial, para después abordar el tema de la noción cristiana de libertad, que la considera irrenunciable que se da en el marco de una relación dialógica entre dos seres personales, mutuamente referidos desde la base de una alteridad irreductible, es decir, desde el diálogo de dos libertades, la divina y la humana. La idea de libertad, según Ruiz comprende tres elementos: la religación, la filiación adoptiva y el servicio a los hermanos desde el amor.

Finalmente, aborda el tema del ser personal como ser social, idea que ha desarrollado desde el inicio del capítulo describiendo a la persona humana como el ser relacional, constitutivamente abierto al diálogo con un tú en el que se encuentra a sí mismo como yo. Ahora se aboca al concepto de ser social, pues afirma que el ser humano es un ser social, y que en cuanto persona solo logra ser tal en y por la comunidad interpersonal, es decir, que la sociedad es mediadora de la personalidad.


[1][1] Esto fue presentado como reporte de lectura del libro: RUIZ de la Peña Juan L., "Imagen de Dios" Antropología Fundamental Teológica, Sal Terrae, Santander 1956, p. 153-212.

No hay comentarios:

Publicar un comentario