lunes, 11 de julio de 2011

Los nuevos planteamientos teológicos actuales sobre la creación del ser humano y de la naturaleza





    Los nuevos planteamientos teológicos actuales sobre la creación del Ser humano y de la naturaleza


La reflexión sobre la creación del ser humano y de la naturaleza la iniciamos tomando en cuenta los grandes avances que ha venido teniendo la teología de la creación. Veamos algunos aspectos:

·       En el Concilio Vaticano II, sobre todo en Gaudium et Spes, la reflexión conciliar está presidida por una imagen dinámica del mundo, que se contempla como proceso abierto en el que interviene no solo el factor divino, con la puesta en marcha del proceso, sino además el factor humano, que prolonga y actualiza la obra de Dios. El Concilio reconoce así que el mundo es, en cuánto creación, el efecto combinado de dos causalidades: la de Dios creador y la del ser humano creativo.  El ser humano a la vez que confiesa a Dios “como creador de todas las cosas”, “desarrollan con su trabajo la obra del creador” (GS 34). El Concilio lejos de rechazar la creatividad humana, la estima como algo querido por Dios mismo, más aun, como “signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio”  (GS 34). Otra nota dominante en le teología conciliar de la creación es la que se refiere al reconocimiento de la autonomía de la realidad creada. 

    Las criaturas “gozan de sus propias leyes y valores”; la admisión de este hecho “responde a la voluntad del creador”. Pues por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias (GS 36). El rasgo más notable que nos ofrece el concilio es la recuperación de la dimensión cristológica e histórico-salvífica de nuestra doctrina.  “El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, entró en la historia del mundo asumiéndola y recapitulándola en sí mismo” (GS 38). El Vaticano II ha reactivado los grandes temas bíblicos de la unidad de creación y salvación, de la significatividad de la fe creacionista para una praxis y una ética específicamente cristianas, del carácter más antropológico que cosmológico de la fe.

·        El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el capítulo tercero,  de la primera parte,  los números del 108 al 151 abordan el tema de la persona humana como Imago Dei”.  El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios (cf. Sal 139, 14-18) y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn.1, 27). 

    Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación: al hombre (en Hebreo “Adam”), plasmado con la tierra (“Adamah”), Dios insufla en las narices el aliento de la vida (Cf. Gn. 2,7). De ahí que, “por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y  es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar” (Cf.CIC 357). La semejanza con Dios revela que la esencia  y la existencia del hombre están constitutivamente relacionadas con Él del modo más profundo (cf.CIC 356-358). Toda la vida del ser humano es una pregunta y una búsqueda de Dios. Esta relación con Dios puede ser ignorada, olvidada o removida, pero jamás puede eliminada. 
    
     La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él, que sólo en esta relación puede vivir  y expresarse, y que tiende naturalmente hacia Él (Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae 35). La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El ser humano, en efecto, no un ser solitario, ya que “por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás” (GS 12). El hombre y la mujer tiene la misma dignidad y son de igual valor (cf. CIC 2334), no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios (cf. CIC 371).  En la relación de comunión reciproca, el hombre y la mujer se realizan profundamente a sí mismos reencontrándose como personas a través del don sincero de sí mismos (Juan Pablo II, Carta a las familias Gratissiman sane, 6.8.14.16.19-20).
    
      Su pacto de unión es presentado en las SSEE como una imagen del pacto de Dios con los seres humanos (cf. Os 1-3; Is 54; Ef 5, 21-33) y, al mismo tiempo, como un servicio a la vida (GS 50). La pareja humana puede participar, en efecto, de la creatividad de Dios: “Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra” (Gn. 1,28). El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas (Juan Pablo II, Evangelium Vitae 19): “a todos y a cada uno reclamare el alma humana” (Gn. 9,5), confirma Dios a Noé después del diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere al vida de la persona sagrada e inviolable (cf. CIC 2258). Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta. 

·       El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el capítulo décimo,  de la segunda parte,  los números del 451 al 487 abordan el tema  “Salvaguardar el medio ambiente”. La experiencia viva de la presencia divina en la historia es el fundamento de la fe del pueblo de Dios: “Éramos esclavos del Faraón de Egipto, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte” (Deut. 6,21). La reflexión sobre la historia permite reasumir el pasado y descubrir la obra de Dios desde sus raíces: “Mi Padre era un arameo errante” (Deut.26, 5). La fe de Israel vive en el tiempo y en el espacio de este mundo, que se percibe no como un ambiente hostil o un mal del cual hay que librarse, sino como el don mismo de Dios, el  lugar y el proyecto que Él confía a la guía responsable y al trabajo de la persona. 

      La naturaleza, obra de la acción creadora de Dios, no es una peligrosa adversaria. Dios, que ha hecho todas las cosas, de cada una de ellas “vio que estaba bien” (Gn. 1,31). Sólo el hombre y la mujer, entre todas las criaturas, han sido queridos por Dios “a imagen suya” (Gn.1, 27): a ellos el Señor confía la responsabilidad de toda la creación, la tarea de tutelar su armonía y desarrollo (cf. Gn. 2, 26-30). En su ministerio público Jesús valora los elementos naturales. De la naturaleza, Él es, no solo su intérprete sabio de las imágenes y en las parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. El episodio de la tempestad calmada en Mt.14, 22-23; Mc. 6,45-52; Lc. 8,22-25; Jn. 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio redentor.

El mundo y el universo de las cosas. La visión bíblica inspira las actitudes se los cristianos con respecto al uso de la tierra, y al desarrollo de la ciencia y de la técnica. Puesto que el ser humano “creado a imagen y semejanza de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto ella contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas a la persona sea admirable el nombre de Dios en el mundo” (DSI 456). 

El ser humano, pues no debe olvidar que “su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 37). No Debe “disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndolas sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que la persona puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 37).

Si la persona interviene sobre la naturaleza sin abusar de ella ni dañarla, se puede decir que “interviene no para modificar la naturaleza, sino para ayudarla a desarrollar en su línea, la de la creación, la querida por Dios. En el fondo, es Dios mismo quien ofrece a la persona el honor de cooperar con todas las fuerzas de su inteligencia en la obra de la creación.

Crisis en la relación entre la persona y el medio ambiente. El mensaje bíblico y el Magisterio de la Iglesia constituyen los puntos de referencia esenciales para valorar los problemas que se plantean en las relaciones entre la persona y el medio ambiente (Cf. Pablo IV, Octogésima Adveniens, 21). La tendencia a la explotación “inconsiderada” de los recursos de la creación es el resultado de un largo proceso histórico y cultural: “la época moderna ha experimentado la creciente capacidad de intervención transformadora de la persona. 

El aspecto de conquista y de explotación de los recursos ha llegado a predominar y a extenderse, y amenaza hoy la misma capacidad de acogida del medio ambiente: el ambiente como “recurso” pone en peligro el ambiente como “casa”. Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana. 

Una visión de la persona y de las cosas desligadas de toda referencia a la trascendencia ha llevado a rechazar el concepto de creación y a atribuir al ser humano y a la naturaleza una existencia completamente autónoma. El Magisterio subraya la responsabilidad humana de preservar un ambiente íntegro y sano para todos (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, 34). 

La humanidad de hoy, si logra conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte dimensión ética, ciertamente será capaz de promover el ambiente como casa y como recurso, en favor de la persona y de todos los seres humanos; de eliminar los factores de contaminación y de asegurar condiciones de adecuada higiene y salud tanto para pequeños grupos, como para grandes asentamientos humanos. La tecnología que contamina, también puede descontaminar, la producción que acumula, también puede distribuir equitativamente, a condición de que prevalezca la ética del espeto a la vida, a la dignidad de la persona y a los derechos de las generaciones humanas presentes y futuras (Juan Pablo II, Congreso Internacional sobre “Ambiente y salud” 24-3-97).

Una responsabilidad común. El ambiente, un bien colectivo. La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 40) destinados a todos, impidiendo que se puedan “utilizar impunemente las diversas categorías de seres vivos o inanimados – animales, plantas, elementos naturales, como mejor apetezca, según las propias exigencias” (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, 34). La responsabilidad de salvaguardar el medio ambiente, patrimonio común del género humano, se extiende no solo a las exigencias del presente sino también a las del futuro. 

Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 37), es una responsabilidad que incluye también a cada Estado y a la Comunidad Internacional.  La responsabilidad respecto al medio ambiente debe encontrar una traducción adecuada en ámbito jurídico. Es importante que la Comunidad Internacional elabore reglas uniformes, de manera que esta reglamentación permita a los Estados controlar más eficazmente las diversas actividades que determinan efectos negativos sobre el ambiente y preservar los ecosistemas, previniendo posibles accidentes.  El contenido jurídico del “derecho a un ambiente natural seguro y saludable” (Juan Pablo II, Discurso a la Corte y a la Comisión Europea de los derechos del Hombre, 1988) será el futuro de una gradual elaboración, solicitada por la opinión pública, preocupada por disciplinar el uso de los bienes de la creación según las exigencias del bien común y con una voluntad común de instituir sanciones para quienes contaminan.  

·       El Documento Conclusivo de Aparecida también aborda el tema, en su número 9.8 El Cuidado al Medio Ambiente, números 470-475. Hay una invitación para dar gracias por el don de la Creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Logos creador. Estamos llamados a vivir en comunión con la naturaleza y la creación entera. “El Dios de la vida encomendó al ser humano su obra creadora para que “la cultivara y la guardara” (Gn. 2,15). 

     En América Latina y el Caribe, se está tomando conciencia de la naturaleza como una herencia gratuita que recibimos para proteger, como espacio precioso de la convivencia humana y como responsabilidad cuidadosa del señorío de la persona para bien de todos. Esta herencia se manifiesta muchas veces frágil e indefensa ante los poderes económicos y tecnológicos. Por eso, como profetas de la vida, queremos insistir que en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida en perjuicio de naciones enteras y de la misma humanidad. 

     La riqueza natural de América Latina y el Caribe experimentan hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región. La devastación de nuestros bosques y de la biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral de quienes promueven, porque pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas, quienes son expulsados hacia las tierras de laderas y a las grandes ciudades para vivir en la miseria.

Propuestas

o   Evangelizar a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias.

o   Profundizar la presencia pastoral en las poblaciones más frágiles y amenazadas por el desarrollo depredatorio, y apoyarlas en sus esfuerzos para lograr una equitativa distribución de la tierra, del agua y de los espacios urbanos.

o   Buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una autentica ecología de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista, que somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos.

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